26.11.07

La última del 2007

El sábado pasado (24 de noviembre) terminamos la temporada 2007. Algunas palabras que se supieron decir tuvieron que ver con la tristeza. Esperamos poder estar en cartel el año que viene. Hasta entonces, los despedimos.

14.10.07

El libro

Editorial Losada acaba de publicar dentro de su colección Nuevo Teatro un volumen que incluye: Cine Quirúrgico, Una anatomía de la sombra, El Orfeo, Ispahan y Los Mansos. Corran a sus librerías para procurarse un ejemplar. Incluye algunos hits del blog de Los Mansos.



14.7.07

Hoy en Clarín

A LA HORA DEL RECUERDO UN TONO DISTENDIDO Y CERCANO ELIGIO ALEJANDRO TANTANIAN PARA ESTE HOMENAJE A LA POETA RUSA QUE ERA ESPECIALISTA EN ENAMORAR A LA DISTANCIA: RILKE Y BORIS PASTERNAK FUERON ALGUNOS DE LOS NOMBRES QUE SUCUMBIERON A SUS TEXTOS.

TEATRO : "Y NADA MAS" DE ALEJANDRO TANTANIAN
El amor por las palabras
Se trata de un homenaje a la poeta rusa Marina Tsvietáieva, una especialista en la correspondencia amorosa.

Camilo Sánchez

A veces parece una celebración solemne de escritores en estado de encantamiento y, en otros momentos, el homenaje a la poeta rusa Marina Tsvietáieva pensado por Alejandro Tantanian, tiene el clima de una cena de ex alumnos que se reúnen para recordar a la profesora más querida. Con un manejo escénico distendido y juegos teatrales de esos que aparecen en la sugestión de un ensayo, Y nada más pasa por climas de contundencia dramática y ráfagas de humor delicado. Una serie de elementos amables que transforman este trabajo en lo que, acaso, haya buscado ser: el acercamiento a una obra inquietante como quien se asoma al vacío de un balcón, de madrugada, con una copa en la mano, mientras al fondo se escuchan los rumores, lejanos, de una fiesta.

Hay, en el espacio, diseñado por Oria Puppo, una secuela de flores, de margaritas que persisten bajo luces cenitales diseñadas por Marco Pastorino. Una conjunción que logra colocar al espectador en estado de expectativa. Y una de las actrices, Natacha Codromaz, que mira a los invitados y toma la palabra. "El teatro siempre me pareció una actividad para los pobres de espíritu, para gente que no cree en lo que ve o, peor, para gente que no cree en lo que siente. Una especie de alfabeto para ciegos", dice. Y cierra la frase con la firma al pie: Marina Tsvietáieva.

La cita no es ingenua: marca el abordaje, la posición y el rumbo de la puesta. Los textos de la poeta rusa son atravesados aquí por otras palabras: Paul Celan, Boris Pasternak, Sylvia Plath, el propio Tantanian y Nicolás Vilela. Y por un cruce musical que puede ir desde un tema de George Gershwin, I've got rythm, a rondas infantiles, Olga Guillot con Sencillamente nunca, citas de Schubert o Cartas amarillas de Nino Bravo. Tantanian diseña de esta forma apuntes y desmemorias de esta poeta creativa a la hora de la correspondencia amorosa, una especie -así le gusta definirla a Martine Broda- de "virtuosa del amor a la distancia".

"No te dije lo más importante acerca del mar: sólo el pescador o el marinero se atreven a amarlo. Sólo el pescador o el marinero saben qué es. Mi amor sería un abuso de poder", apuntaba, en una de sus infinitas cartas, Marina Tsvietáieva. El deseo de escritura más que ninguna otra cosa, la intimidad con las palabras: eso que la encandilaba y que Y nada más ha elegido encumbrar en este homenaje.

Hoy en La Nación

Mucho más que bellas voces

Y nada más
, basado en textos de Paul Celan, Boris Pasternak, Sylvia Plath, Alejandro Tantanian, Marina Tsvietáieva y Nicolás Vilela. Dirección: Alejandro Tantanian. Con Pedro Antony, Eva Carrizo, Romina Ciera, Natacha Codromaz, Erica D Alessandro, Estefanía Daicz, Gerardo Otero y Pablo Ramírez. Vestuario y escenografía: Oria Puppo. Iluminación: Marco Pastorino. Musicalización: Tantanian. Diseño gráfico: Gonzalo Martínez. Coreografía: Silvina Duna. Sábados, a las 20.30, en Espacio Callejón, Humahuaca 3759.
Nuestra opinión: buena


Dos años atrás, una nueva camada de actores que se recibía en el IUNA debutaba en la escena alternativa con La balsa de la medusa , trabajo con puesta de Emilio García Wehbi, en el cual tenían el duro oficio de maltratar al público en función de determinada propuesta. Luego de dicha experiencia, ese mismo grupo convocó a Alejandro Tantanian para que los dirigiera en una nueva propuesta. Después de meses de trabajo, el resultado de ese proceso es Y nada más, un retrato de la poeta rusa Marina Tsvietáieva . Por el tono que maneja la obra, por la complicidad que entabla con el público y por la amplia paleta que manejan los actores, este nuevo emprendimiento está casi en las antípodas de aquel cuestionable trabajo iniciático.

En el completo blog dedicado a la obra (http://rusos.blogspot.com) se lee: "La biografía de la poeta Marina Tsvietáieva (1892-1941) es una historia de guerra, de vida atravesada y marcada por la guerra. Vivió la Revolución Rusa y, por lo tanto, el hambre y el frío que vinieron con ella se llevaron tempranamente a su hija menor. Luego, su marido fue enviado a luchar y fue fusilado, su familia perseguida, su otra hija recluida en un campo de concentración. Ella escapó con el único hijo que le quedó con vida y poco después se suicidó".

Con palabras de la misma Tsvietáieva y voces ajenas, Alejandro Tantanian propone un inteligente juego de pinceladas sin tiempos muertos. En ese contexto, los ocho actores (Pedro Antony, Eva Carrizo, Romina Ciera, Natacha Codromaz, Erica D Alessandro, Estefanía Daicz, Gerardo Otero y Pablo Ramírez) se convierten en herramientas fundantes de esta propuesta del director de Los mansos. Ellos son los soportes, las voces y los cuerpos de esas palabras cargadas de dolor, de melancolía y de una tristeza que pega en el pecho.

Claro que, sabiamente, Tantanian quiebra ese tono con constantes rupturas. Conforme a esa consigna, si el montaje comienza como si fuera una película musical de los cincuenta, luego salta a un desgarrador tema que cantaba Olga Guillot o al trío de actores que interpretan "Cartas amarillas", otra canción al borde de lo bizarro que cantaba Nino Bravo cuando intentaba detener su juventud. Y luego (o antes, poco importa ya) los actores se sientan a centímetros del público para mostrarles los objetos de la infancia como en una especie de pequeño biodrama coral.

A medida que transcurre el espectáculo, Y nada más va agregando simples elementos que hacen al cuerpo central de este atractivo trabajo. Nada más que eso: chispas, gestos y pequeñas delikatessen sobre ese mantel compuesto por la vida y la poética de Marina Tsvietáieva junto a las voces de Paul Celan, Boris Pasternak, Sylvia Plath, Nicolás Vilela y del mismo Tantanian. Así se suceden imágenes de la Revolución Rusa, el dolor, los poemas, el hambre, el amor, las cartas, la desazón... Y todo se complementa: las voces, el trabajo de los actores, la iluminación de Marco Pastorino, la coreografía de Silvina Duna y la escenografía y vestuario de Oria Puppo.

El trabajo de los ocho actores es muy sólido y completo. De todos modos, algunos hacen un uso abusivo de lo dramático en un subrayado poco coherente con los cambios de aire que propone la puesta de Tantanian. En ese sentido, el trabajo de Gerardo Otero es uno de los más precisos.

Hay otro punto cuestionable (inexplicable, por cierto): da la sensación de que esos poemas y ese fino entramado se escucharían mejor los domingos por la tarde. Pero, claro, eso es pura subjetividad. Lo cierto es que va los sábados y vale la pena no perdérselo. No más que eso.

Alejandro Cruz

6.7.07

Salió en Radar

fan|un dramaturgo elige su pelicula favorita: alejandro tantanian y lo que el viento se llevo (1939), de victor fleming
La vida es otra cosa
por Alejandro Tantanian
Supe que había una película que iba a dejar atrás mi infancia para siempre. Mi mamá –desde que yo era muy chico– me hablaba de las películas que ella había visto una, dos y cien veces en los viejos cines de la Alemania de posguerra. Esas películas tenían el color de su infancia: Novella (sí, mi mamá se llama Novella) fatigó Europa escapando de Rusia durante la Segunda Guerra junto a mis abuelos: él, Artaches, un joyero experto en silenciar diamantes, y mi abuela, Soja, una princesa post zarista en pleno exilio. La infancia de mi mamá transcurrió entre juegos en los bunkers, plazas bombardeadas, trineos en la nieve y mi abuela envuelta en pieles mientras el mundo se desmoronaba. A mi abuelo lo hicieron prisionero y lo liberaron, a los tres los hicieron prisioneros y los volvieron a liberar. El cine era un desprendimiento o un eco tibio de todo eso. Y hubo una película que mi mamá vio en Alemania –cuando esa guerra terminó– que se transformó en el Aleph de su infancia: a lo largo de 233 minutos, Novella descubrió que todo aquello que creía eterno había terminado para siempre; aquella película marcaba el fin de su infancia para arrojarla sobre la certeza del presente: el exilio, el futuro incierto, la muerte de muchos. Pero esa misma película que cerraba puertas, entregaba frases que eran el espejo de la lucha: “A Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre”, dice Scarlett O'Hara cuando su finca parece perdida para siempre: su silueta en negro sobre los cielos rojos y la música de Max Steiner prologan algo inédito (para mi madre, para mí): ¡un intervalo en el cine! Sobre aquella silueta de la enorme Vivien Leigh arrasada por el viento y el fuego de aquel atardecer, sobre los acordes gigantescos de Steiner y tras haber dicho aquella frase que sellará su destino para siempre, un enorme cartel: “Intervalo” aparecía en el cine y las luces se encendían para que nosotros –azorados– pudiéramos recuperarnos de aquella enorme montaña rusa emocional: Lo que el viento se llevó. Más tarde, cuando volvimos al pabellón oscuro, Scarlett será otra, ya no tendrá reparos en hacer lo que sea para conseguir lo que quiere: una sobreviviente, un monstruo gigantesco y caprichoso, enamorada de quien nunca supo verla, atada a Rhett Butler (la versión con pantalones de Scarlett) que es como un espejo y que como tal no le devuelve más que su imagen. Rhett, que sabe decirle a Scarlett: “No, no te voy a besar, aunque lo necesitás mucho. Ese es tu problema. Deberías ser besada más seguido, y por alguien que sepa cómo hacerlo”. La tragedia golpea una y otra vez en este ciclópeo melodrama: nada parece detener a Scarlett. Mi madre vio en aquel personaje una salida, un espacio para sostener el dolor, una manera de entender la guerra y el hambre. “Mañana será otro día”, dice Scarlett cuando todo parece haber terminado: y esta frase se convirtió en lema, mi madre aún hoy la sigue diciendo, sigue creyendo en ella. Yo sabía de la existencia de esta película desde muy chico y también sabía que la iba a poder ver cuando fuera grande. Y el día llegó: una copia restaurada se exhibió en el ya inexistente cine Metro (cuando era sólo una sala: antes del multicine, antes del teatro de suerte errante, antes del cierre, antes de que se transforme en un megarrestaurant de tango for export (eso escuché que será), yo ya cursaba el secundario o lo terminaba, y el impacto sigue hasta el día de hoy; nada, nunca, nadie, jamás hizo con mi emoción lo que hizo esta película: la historia de mi familia está encerrada ahí; yo nunca lloré tanto en el cine y nunca lloro tanto cada vez que –una vez al año– alquilo el DVD y estoy convencido de que seguiré llorando (gracias Nicolás: fue un maravilloso regalo de cumpleaños) frente a Lo que el viento se llevó. Este: mi fan emocionado. Un consejo: no dejen de verla una vez al año, sabrán que la vida es otra cosa, no importa qué, pero otra cosa.

Del dramaturgo Alejandro Tantanian se puede ver Y nada más, un retrato de la poeta rusa Marina Tsvietáieva (sábados a las 20.30 en el Espacio Callejón, Humahuaca 3759, 4862-1167).

Radar, 10 de julio de 2007.

3.7.07

Marina escribe sobre sus cartas y dice:

“Dentro de cincuenta años, cuando todo haya pasado, pasado del todo, cuando los cuerpos hayan quedado reducidos a polvo y la tinta haya palidecido, cuando el destinatario haya partido en busca del remitente, entonces...”

Julia escribe una reseña

La biografía de la poeta Marina Tsvietáieva es una historia de guerra, de vida atravesada y marcada por la guerra: vivió la Revolución Rusa y, por lo tanto, el hambre y el frío que vinieron con ella y se llevaron tempranamente a su hija menor. Luego, su marido fue enviado a luchar y fue fusilado, su familia perseguida, su otra hija recluida en un campo de concentración. Ella escapó con el único hijo que le quedó con vida y poco después se suicidó. Su vida podría ser material de una de las tantas películas que existen acerca de las penurias que sufre un sujeto durante una guerra: la persecución, el miedo, el hambre, la muerte, el dolor.

Y nada más encuentra otra manera de contarla: parte de la infancia. No sólo de la infancia de la poeta, sino de la infancia en general: el juego, los juguetes, las canciones La vida de Marina se introduce por medio de un relato infantil contado en la mesa a oyentes atentos, asombrados como chicos que escuchan un cuento mientras toman la leche. Sin embargo, el relato tiene un tinte oscuro: la historia es la misma que escribimos al comienzo: se oye el hambre de una familia mientras se come, la muerte entre juego y canto. La niña crece y la infancia deviene adultez, etapa en la que, en la vida de Marina, estalla la guerra. Allí comienzan a circular la correspondencia que configura el triángulo amoroso entre ella, Rilke y Pasternak, un triángulo de admiración, devoción, amor y dolor. Distintos fragmentos de las cartas circulan por las voces de los actores. En ningún momento se dice la palabra “Revolución”, ni la posición de Marina frente a esta que, por otra parte, nunca fue clara, ni puede deducirse en sus escritos: su lugar “fuera del presente” permite abordar su vida desde otro lado, y eso es lo que hace esta obra, tal como ella (podemos pensar) lo entendía: la Revolución la surca, la condiciona, es el presente inevitable, el rumor de fondo, pero ella es una poeta de la interioridad, la relación con su tiempo es paradójica, está allí al mismo tiempo que no está, su obra no puede entenderse sin la guerra pero tampoco explicarse por la guerra.

Y nada más es una obra hecha de fragmentos: de su correspondencia, su diario, sus poemas y de poemas y textos de otros; una mezcla entre el humor casi bizarro de dos playbacks en vivo, el llanto angustiado de la muerte, la narración infantil, el baile, el juego, la infancia, el amor; entre lo más íntimo de la vida de la poeta y lo más íntimo de la vida de los actores (que contestan preguntas privadas mirando al público y muestran sus propios juguetes intercalando anécdotas de su infancia). Esto le da su tono a la obra, que encuentra una forma nueva (más tolerable o más trágica, no me decido) de narrar la historia de una vida (de poeta) durante la guerra.

2.6.07

Una silla para Marina

Algunos meses antes de morir, M.Ts escribe este poema. Yo lo descubro hoy -- no lo conocía. Y me sorprende haber pensado en esa mesa que prologa el espacio de Y nada más. Sigo pensando - los hechos lo confirman - que este trabajo es sólo un permanente diálogo con los muertos. Bienvenidos al banquete. He aquí el poema:

Repito el primer verso
y fundo la palabra:
"Puse la mesa para seis..."
Te olvidaste del séptimo.
Tristes están los seis,
llueve sobre sus rostros.
¿Quién pudo, en esa mesa
olvidarse del séptimo?
Están tristes tus huéspedes,
la garrafa sin vida.
Tristes como tú, tristes
como está la olvidada.
Sin alegría, sin brillo,
hoy no comen ni beben.
Te atreviste al error, cómo pudiste:
No seis -los dos hermanos y el tercero,
y tú con la mujer y con los padres -,
sino siete. ¡Eran siete! ¡Si yo existo!
Pusiste la mesa para seis,
pero es que a seis no se reduce el mundo.
Espantar a los vivos es inútil,
quiero ser un fantasma con los tuyos.
( Con los míos...)
Como ladrón miedoso,
sin rozar tan siquiera alma ninguna.
El cubierto no puesto, yo, de frente
me siento la olvidada: soy la séptima.
El vaso de bebida se ha volcado
y todo lo que ansiaba derramarse:
sal de los ojos, sangre de las heridas,
que van cayendo del mantel al suelo.
Féretro, separación ¡ya no existen!
La mesa exorcizada y la casa despierta.
Presta como la muerte a un banquete de bodas,
soy la vida que llega, oportuna, a la cena.
No eres madre: ni hermano, ni hijo, ni marido.
Y ni siquiera amigo. Te reprocho,
cuando pusiste para seis aquella mesa,
que a mí no me dejases ni la esquina siquiera.
*
6 de marzo de 1941

28.5.07

Un comentario dejado en el blog que yo posteo


Y fue el sábado.
Y ya el frío se anticipaba, para
cubrir a Marina. (El que sopla hoy, por ejemplo)
Pienso en la
nieve.
¿Se bailan boleros en la nieve?
¿Se cubre a una poeta con boleros,
para que del frío
vuelva?
¿Para que regrese?
¿Para que todos,
podamos volver? ¿Regresar
a la infancia?
¿La infancia
de la poesía
del amor?
Pienso en que vi nevar en una sala, el sábado a la noche,
Y, sin embargo, había flores.
Y pan en un larga mesa
donde se velaba a Marina,
a la Tsvietáieva.
Y se cantaba, también.
Pienso en la inmensidad de
un mar de nieve (pero flores, había)
en la trágica tonteria del amor,
en la seria tontería necesaria
como hojas para escribir
cuando no hay hojas,
como fuego en el hogar
cuando no hay leña.
Como estado de ilusión,
pese al Estado.
Aunque de una cuerda se penda,
al final,
por inmensas tonterías como esas.
(HOJAS FUEGO PAN CARTAS POEMAS)
Pienso en la seriedad de los juegos de la infancia
-el teatro es infancia, cuando vive y se regresa, y se canta,
y se baila, y se poema, se juega
y se mar,
y quiero decir que nevaba, (yo lo vi)
Pero flores había.
Contaban, decían, invocaban.
Y nada más.
No; algo más.
Flores había.

Un abrazo enorme a los medusas y medusas y a Tanta, y a todas las marinas, los boris, los rainer, de Alejandro Ricagno.

Un espectador dice

(...) Aún inspirado por una “experiencia rusa” que acabo de vivir en el teatro Callejón, con una obra dirigida por Tantanian Y nada más, un retrato de la poeta rusa Marina Tsvietáieva, interpretado por un grupo de jóvénes y emocionantes actores. Tanta es capaz de mezclar Olga Guillot, Nino Bravo, textos de Tsvietáieva, Paul Celan, Sylvia Plath, Boris Pasternak y canciones infantiles y lograr no un pastiche, sino emoción pura, teatralidad y poesía, unidas como Amapola y memoria. Así que hoy, cualquier otra mezcla me parece una osadía. (...) Por ahora me dejo acunar por imágenes de una mujer que no podía amar el mar, ella todo un fuego en medio de la triste nieve. Epifanías teatrales. De las de verdad.

Alejandro R.

27.5.07

Una carta


Esta carta de Serguei Efron (el marido de Marina Tsvietáieva) a un amigo arroja luz sobre los días de Marina, nos asoma al horror y a la desmesura de sus horas -

Serguei Efron y Marina Tsvietáieva

Arrojarse de cabeza a un huracán se ha convertido para ella en una necesidad, ese es el aire que ella respira. Poco importa el objeto actual de ese huracán. Casi siempre (…) o mejor dicho, siempre, todo reposa en una auto-ilusión. Se inventa un hombre, y el huracán ya puede empezar. Si la insignificancia y los límites del objeto del huracán se descubren rápidamente, Marina se entrega a un nuevo huracán de desesperación, estado que favorece la llegada de un nuevo estímulo. Poco importa el qué; lo que importa es el cómo. No se trata de la realidad de las cosas, de la fuente de los sentimientos, sino de un ritmo enloquecido. Hoy es la desesperación, mañana será el entusiasmo, el amor, la entera donación de sí misma, y pasado mañana será de nuevo la desesperación. Y todo ello en presencia de una inteligencia lúcida, fría, cínicamente volteriana. (…) Es una inmensa hoguera cuyo encendido reclama madera, mucha madera. Se tiran las cenizas inútiles no siendo la calidad de la madera demasiado importante. Mientras el tiro funcione, todo se quema. Si la madera es de peor calidad, se consume más rápidamente, y si es mejor dura más tiempo.
Serguei Efron

Y fue ayer

... ocurrió: como el silencio. Estrenamos y estuvo todo más que bien: así: feliz con lo que hay.

26.5.07

Hoy

Que Marina brille - feliz: sobre el sentido de sus palabras, sobre el pulso de sus dolores, sobre la certeza de cada silencio. Que Marina Tsvietáieva llegue - hoy más que siempre - a partir de hoy más que nunca: al dar el reloj la hora. Que en la música y en la soledad esté: que en la dicha y la palabra sea: Marina, así, hoy -- un huracán: la mujer-relámpago. La luz encima de la puerta. Perfecta. Luminosa como su dolor. Enorme como los trenes que aúllan. Que la reciban los que vengan, que la fiesta sea enorme como ella. Que la felicidad tenga flores blancas - y agua y ocho cuerpos entregados a la única pasión de decir, bailar, callar, gritar, mostrar la soledad y sus caminos: Marina Tsvietáieva. Y nada más.
Alejandro Tantanian

25.5.07

Sencillamente nunca



Olga Guillot por cinco.

Cartas amarillas


Nino Bravo por tres.

Hoy

... tuvimos ensayo general. Todo está listo.






Fotos © Ernesto Donegana

La tristeza

Marina está.
Vengan a verla.

13.5.07

La vida de Marina


Había una vez en Rusia una niña llamada Marina.
Tenía el pelo castaño y los ojos grandes y verdes como dos uvas.
Vivía con su papá, su mamá y su hermana en una casa llena de libros y de música. Marina imaginaba en soledad que era hija de una monja o de un demonio.
Su mamá, Ana, era pianista, y alentaba a Marina para que se dedicara a la música.
Marina prefería leer y escribir.
Tan curiosa era Marina y con tanto asombro recorría las bibliotecas de la casa, que sus padres decidieron prohibirle los libros que no fueran para niños.
Pero ella, con la ayuda de una linterna, continuó leyendo en la oscuridad de su cuarto. Así descubrió la historia de amor entre Eugenio y Tatiana…

"Se trata de un banco en el bosque.
En el banco está sentada Tatiana.
Después llega Eugenio, pero no se sienta.
Tatiana se levanta.
Los dos se quedan parados: ella no dice nada él habla sin parar.
Después ella se va."

Marina entendió que él no la amaba y que por eso no se sentó: era Tatiana la que amaba y por eso se levantó.
Pasaron algunos años y Ana, su madre, enfermó.
Los médicos le recomendaron irse a los países del Sur.
Marina, que viajaba con su mamá, aprendió muchos idiomas con gran velocidad.
¡Qué cosas no soñaba Marina cuando hablaba esas lenguas prodigiosas!
Su cuarto se convertía en un palacio en donde se reunían todos los niños y todos los gigantes del mundo.
Antes de dormirse, Marina pedía un sueño en voz alta para ver si se cumplía. Marina sentía que en ese momento podían quitarle cualquier cosa (un libro, un caramelo, un muñequito de bronce, un pedazo de pan) y a ella no le hubiera importado --- cualquier cosa menos su voz.
Cuando volvieron a Rusia, en un lugar alejado y poblado de árboles, Ana, su madre, murió; y Marina empezó a rezar.

Marina creció y empezó a escribir sus propias poesías.
Cada persona que las leía –y no sólo su familia- se quedaban así: con la boca abierta. Cuando Marina terminó el colegio se casó con un soldado llamado Serguei y tuvieron tres hijos: Alia, Irina y Georgui.
Su país entró en guerra.
Una guerra furiosa, como todas las guerras.
Marina pensaba que en las guerras todo estaba perdido desde el principio.
Y su soldado se marchó al frente.
Marina se quedó en la ciudad con sus tres hijos. Para alimentarlos empezó a vender sus cosas.
Irina, que era la más chiquita, se murió de tristeza, de hambre y de frío.
Marina lloró lágrimas de hielo.
Hacía mucho frío en la guerra.
Marina abanondó Rusia: ya no podía soportar tanto dolor.
Marina se fue a un país donde el frío estuviera de viaje y ahí, lejos de su soldado y de su casa, siguió trabajando: escribió poemas, ensayos, cartas y diarios.
Muchas de esas cartas fueron para su mejor amigo: Boris y para un escritor alemán muy conocido que se llamaba Rainer.

Cuando la guerra terminó, Marina volvió a Rusia.
Cuando llegó le contaron que su soldado había matado a un general muy importante.
La policía vino a buscarla y ella tuvo que escaparse.
¡No podía pensar que su marido hubiera hecho algo así!
Marina lloraba y nadie le creía.
A su soldado se lo llevaron a trabajar como esclavo a un campo.
A su hija Alia también.
Durante largos meses, su soldado y su hija, tuvieron que responder preguntas y preguntas y más preguntas.
Los maltrataron. Les pegaban.
Después, su marido, el soldado Serguei fue fusilado.
Así.
Alia trabajó en ese campo hasta que se murió de cansancio.
Su amigo Boris escondió a Marina y su hijo en Yelabuga, una aldea chiquita, chiquita.
Marina pide trabajo de lavacopas en un bar.
No le contestan.
Marina no tiene un pedazo de pan.
Su hijo tiene hambre.
Marina no tiene fuego en el hogar.
Su hijo tiene frío.
Marina no tiene papel y lápiz para escribir.
Marina sigue escribiendo poemas en su cabeza.
Los nazis bombardean Rusia, otra guerra está por empezar.

Marina cierra la puerta de su casa y en silencio se cuelga del techo con la cuerda que Boris le regaló para atar una valija.
Después, su hijo abre la puerta.

Los que somos


Y nada más
Un retrato de Marina Tsvietáieva, poeta
(Moscú, 1892 – Yelabuga, 1941)


Sobre textos de Paul Celan, Boris Pasternak, Sylvia Plath, Marina Tsvietáieva, Nicolás Vilela y Alejandro Tantanian.

con
Pedro Antony
Eva Carrizo Villar
Romina Ciera
Natacha Codromaz
Estefanía Daicz
Érica D’Alessandro
Gerardo Otero
Pablo Ramírez

Producción
La Balsa de la Medusa
Fotografías
Ernesto Donegana
Diseño gráfico
Gonzalo Martínez
Realización canteros
A&B realizaciones escenográficas
Meritorio de escenografía
María Belén Draghi
Asistente de escenografía y vestuario
Cecilia Stanovnik
Asistente de dirección
Nicolás Vilela

Coreografía y diseño de movimiento
Silvina Duna
Luces
Marco Pastorino
Escenografía y vestuario
Oria Puppo
Dramaturgia, musicalización y dirección
Alejandro Tantanian


La poeta Marina Tsvietáieva nació en 1892 en Moscú. Al margen de las corrientes estéticas como el acmeísmo, el simbolismo y el futurismo, escribió libros de poemas (Álbum de la tarde, La lámpara maravillosa, Poema de la montaña y Poema del fin), prosas autobiográficas (Mi Pushkin, El diablo), diarios (Indicios terrestres), cartas (Cartas del verano de 1926), ensayos (Epos y Lírica en la Rusia de hoy) y obras de teatro. En 1941 se suicidó en Yelabuga. Dueña de una poesía capaz de irradiar una claridad inquietante y conmovedora sin apelar a ningún tipo de concesiones, Marina Tsvietáieva se convirtió una de las voces fundamentales del siglo XX.

22.4.07

El rey de los Alisos

¿Quién galopa tan tarde a través del viento y de la noche? Son un padre y su hijo. El padre aprieta contra su pecho al hijo, el hijo se siente seguro junto al padre, el hijo siente el calor del pecho de su padre, sin embargo: – Hijo, ¿por qué escondes la cabeza? ¿Tienes miedo? – Papá, ¿no ves al Rey de los Alisos? ¿Al Rey de los Alisos con su manto y su corona? – Hijo, es la niebla. Nada más. “Niño, querido niño, ¡ven a mí! Jugaremos juegos maravillosos. Flores de extraños colores florecen, aquí, en mi manto, mi madre hará con ellas enormes, bellos ramos.” – Papá, papá ¿no escuchas las promesas que el Rey de los Alisos me hace al oído? – Calma, hijo mío, nada temas. Es el viento que susurra entre las hojas secas. “Hermoso niño, ¿quieres venir a mi palacio? Allí mis hijas bailarán para ti y cantarán para ti, allí te acunarán y te mecerán.” – Papá, papá, ¿de verdad no ves, allí en la oscuridad, a las hijas del Rey de los Alisos? – Hijo, hijo mío, sólo veo árboles viejos brillando grises en la noche… Y nada más. “Te amo, niño mío. Y no soporto tu belleza. No tengo alternativa: si no quieres venir conmigo – ¡te llevaré por la fuerza!” – Papá, ay papá, me clava las garras en el pecho, el Rey de los Alisos me lastima, me duele papá, aquí, duele. El padre clava las espuelas y el caballo galopa cada vez más fuerte, vuela en la noche, el padre aprieta contra su pecho al niño, llega el caballo a la casa – el hijo ya está muerto entre sus brazos.

La esposa fiel

Estaba Catalinita
sentada bajo un laurel,
con los pies en la frescura
viendo las aguas correr.
En eso pasó un soldado
y lo hizo detener:
“Deténgase mi soldado
que una pregunta le haré.”
“¿Qué mandáis gentil señora?
¿Qué me manda su merced?
Para España es mi partida
¿qué encargo le llevaré?”
“Dígame mi soldadito:
¿de la guerra viene usted?
¿No lo ha visto a mi marido
en la guerra alguna vez?”
“Si lo he visto no me acuerdo,
déme usted las señas de él.”
“Mi marido es alto y rubio
y buen mozo igual que usted.
Tiene un hablar muy ligero
y una lengua muy cortés.
En el puño de su espada
lleva señas de marqués.”
“Por sus señales señora
su marido muerto es,
en la mesa de los dados
lo ha matado un Genovés.
Por encargo me ha dejado
que me case con usted
que le cuide sus hijitos
conforme los cuidaba él.”
“No me lo permita Dios,
eso sí que no lo haré.
Siete años lo he esperado
y siete lo esperaré.
Si a los catorce no viene
de monja yo me entraré.
A mi tres hijos varones
los mandaré para el rey,
que le sirvan de vasallos
y que mueran por la fe.
A mis tres hijas mujeres
conmigo las llevaré.”
“Calla, calla Catalina
cállate infeliz mujer
hablando con tu marido
sin poderlo conocer.”

Un cuento para la vida de Marina por N. Vilela

I
Hubo una vez una niña llamada Marina. Tenía el pelo castaño y los ojos grandes y verdes como dos uvas. Vivía con su padre, su madre y su hermana en una casa llena de libros y de música. María, su madre, que siempre había esperado tener un varón, solía tratar a Marina con rigor y frialdad. Marina, sin conocer aquellas esperanzas de su madre, imaginaba en soledad que era hija de una monja o de un demonio. María era pianista, y al descubrir que Marina tenía un oído bien desarrollado, comenzó a alentarla para que se dedicara a la música. Marina prefería leer y escribir, pero, para satisfacer a su madre, se anotó en un curso de piano.
Tan curiosa era Marina y con tanto asombro recorría las bibliotecas de la casa, que sus padres decidieron prohibirle los libros que no fueran para niños. Pero ella, con una antigua linterna en la oscuridad de su cuarto, continuó leyendo. Y así descubrió la historia de amor entre Eugenio y Tatiana….Se trata de un banco en el bosque. En el banco está sentada Tatiana. Después llega Eugenio, pero no se sienta. Tatiana se levanta. Los dos se quedan parados: ella no dice nada él habla sin parar. Después ella se va. Marina entendió que él no la amaba y que por eso no se sentó: era Tatiana la que amaba y por eso se levantó.
Después de un tiempo ocurrió que, a causa una terrible enfermedad, María tuvo que pasar tres años recuperándose en algunos hermosos países del sur. Marina, que viajaba como acompañante, logró aprender distintos idiomas con rapidez. ¡Qué cosas no soñaba Marina hablando en esas lenguas prodigiosas mientras cuidaba a su madre! Su cuarto se convertía en un palacio capaz de reunir a todos los niños y gigantes del mundo con sólo tocar una cuerda en su voz. Con los párpados a punto de bajar su pesado telón sobre cada uno de los ojos, Marina encargaba un sueño en voz alta para ver si se cumplía. Los ojos se cerraban con valentía en la oscuridad. Marina sentía que en ese momento podían quitarle cualquier cosa (un libro, un terrón de azúcar, una estatuita de bronce, un pedazo de pan) y a ella no le hubiera importado --- cualquier cosa menos la voz. Cuando volvieron a su país natal, en un pueblo alejado y poblado de árboles, María murió; y Marina empezó a rezar.


II
Marina empezó a escribir sus propias poesías. Cada persona que las leía –y no sólo su familia- se quedaba maravillado. Al poco tiempo de abandonar la escuela, se casó con un soldado llamado Serguei y tuvieron tres hijos: Alia, Irina y Georgui. Su país vivía una guerra cruel y monstruosa. Y Serguei combatía en uno de los dos bandos. Marina estaba atenta a todo lo que ocurría, pero pensaba que en las guerras todo estaba perdido desde el principio. Cuando Serguei tuvo que viajar con el ejército, Marina se quedó en la ciudad con Irina y con Alia. La guerra había destruido toda la ciudad y en la casa de Marina no tuvieron nada para comer. Entonces, para alimentar a los niños, Marina empezó a vender sus cosas. Las dos niñas estaban enfermas. En invierno, las paredes del cuarto se llenaban de escarcha y la estufa se calentaba con las maderas que Marina cortaba de su propio altillo. Irina, la hija más pequeña de Marina, murió después de unos días. Marina se sintió culpable porque, justo en aquel momento, ella estaba ocupándose de la enfermedad de Alia. Tiempo después, Marina viajó para encontrarse con Serguei, que escapaba de la derrota de su ejército. Aunque no tenía una casa donde quedarse, Marina siguió trabajando en medio del frío y del hambre. Escribió poemas, ensayos, cartas y diarios. De esas cartas varias fueron para un amigo muy importante que se llamaba Boris y para a un escritor alemán muy conocido que se llamaba Rainer. Entre sus poesías, hay dos versos que dicen: “Llegué y vi: la vida es una estación // inútil deshacer las maletas”.


III
Cuando volvió a su país, Marina se enteró de que su marido había matado a un general muy importante. La policía vino a buscarla y ella se tuvo que mudar a un hotel. ¡No podía pensar que su marido hubiera hecho algo así! Marina lloraba y no le creían. A Serguiei se lo llevaron a trabajar como esclavo a un campo. A Alia la confundieron con una espía extranjera y la llevaron a otro campo. Durante largos meses, Serguiei y Alia tuvieron que responder preguntas. Los maltrataron. Les pegaban. Al poco tiempo, fusilaron a Serguiei y a Alia la condenaron a trabajar duramente por siete años en ese lugar. Por protección, a Marina y Georgui los habían llevado a una ciudad de las afueras. No tenían dinero. El alimento era tan poquito que apenas podían comer de vez en cuando. Nunca les había sobrado comida para mandarla en un paquete a los campos. Al tercer día de viaje, Marina se ahorcó con una cuerda que su amigo Borís le había dado para atar una valija. Antes de morir, dejó una nota confusa y cariñosa para su hijo Gueorgui.

Marina por Nicolás Schuff


Marina nació en Rusia, en 1892. Era una niña larga y fina como una rama, de pelo claro y ojos verdes. Usaba flequillo, y le gustaban la música y las palabras.
Marina y su familia siempre viajaron mucho. Los papás de Marina eran personas ocupadas y un poco distantes. Su papá fue director de un museo. Su mamá tocaba el piano, y murió cuando Marina era chiquita.
Marina estudió música en una escuela, pero no duró mucho. Prefería estar sola, escribir, soñar y pasear por el bosque, cerca del río o las montañas.
Le gustaban mucho las montañas, pero no el mar. Una vez escribió: “Al mar no se lo puede acariciar – es húmedo.”
En sus viajes, Marina aprendió a hablar italiano, francés y alemán. Escribía versos todos los días, y llevaba un diario personal.
Cuando cumplió dieciocho años, le pasaron dos cosas: publicó su primer libro de poesía y conoció un joven que le gustó mucho.
El libro se llamó Álbum de la tarde. El joven se llamaba Serguei.
Marina y Serguei se enamoraron y se casaron. Tuvieron una hija, a la que llamaron Ariadna.
Mientras tanto, en Rusia comenzó una revolución, y Serguei se unió al ejército, para combatir contra la revolución.
Marina y su hija hicieron las valijas y se fueron de Rusia. Viajaron solas, por distintos países. Vivieron en Berlín y en Praga. Después, Serguei volvió con ellas. Marina y Serguei siguieron estudiando.
Marina publicó más libros, y otros poetas la conocieron. Algunos decían que era una poeta sobresaliente y única. Pero en Rusia, sus libros estaban prohibidos.
Marina, Serguei y Ariadna se mudaron a París, donde vivieron muchos años y tuvieron otros hijos: Irina y Georgy. A Georgy le decían Mur.
Marina amaba a sus hijos, pero le costaba alimentarlos y conseguir abrigo. Eran una familia pobre, como suelen ser las familias de los escritores.
Dormían en hoteles o en pequeñas habitaciones alquiladas. Solían pasar hambre y frío.
Un día, su hija Irina enfermó y no pudieron curarla. Murió.
Marina lloró y siguió escribiendo. Para ganar más dinero, hacía traducciones y escribía ensayos y obras de teatro.
En esos años se enamoró profundamente de los versos de un poeta alemán, llamado Rainer, y de otro poeta ruso, llamado Boris.
Con ambos se escribía largas cartas. A Marina le gustaban las cartas.
Nunca quiso conocer a Rainer en persona. Prefería las palabras. Prefería soñar. Pensaba que el cuerpo de un ser humano era un muro que impedía ver su alma.
Un día, Ariadna y Serguei volvieron a Rusia. Enseguida, la policía se los llevó y los puso a trabajar en un campo para presos.
Marina volvió a Rusia para estar cerca de su familia. Pero la obligaron a vivir en un pueblito, lejos de todo.
Allí tampoco consiguió trabajo. Se ofreció para lavar copas en un bar.
Algunos amigos poetas le enviaron dinero.
Al poco tiempo, fusilaron a Serguei, por traición a la patria. Y Ariadna siguió encerrada en el campo de trabajo.
Una mañana, Marina vio una soga que el poeta Boris le había regalado para atar las valijas. Pero ella ya no viajaría más. Entonces escribió una carta para su hijo, tomó la soga, se colgó del cuello y murió.
Era el año 1941.

2.4.07

El teatro según Tsvietáieva

Yo no respeto el teatro. No me interesa y no tengo ninguna consideración con él. El teatro siempre me pareció una actividad para los pobres de espíritu, para gente que no cree en lo que ve – peor: para gente que no cree en lo que siente. Una especie de alfabeto para ciegos.

25.3.07

Preguntas

¿Qué desayunás?
¿Cuál es tu color preferido?
¿Quién te lastimó?
¿Qué te irrita?
¿Cuál es la estación del año que preferís?
¿Y la de subte?
¿Cuál es tu nombre?
¿En qué día de la semana naciste?
¿Qué nombre te gustaría tener si fueras hombre?
¿Qué flor te gusta?
¿Cómo definirías -en tres adjetivos- cómo te ven los demás?
¿Qué te da miedo?
¿Qué ciudad del mundo te gustaría conocer?
¿Cómo se llama tu mejor amiga?
¿Fuiste infiel alguna vez?
¿Tenés tatuajes?
¿Qué te tatuarías?
¿Le tenés rencor a alguien?
¿Qué cambiarías de tu vida si fueras al pasado?
¿Cuál es tu color favorito?
¿Qué querías ser de chiquito cuando fueras grande?
¿Cuál es tu comida favorita?
¿A qué planeta viajarías?
¿Te detuvo la policía alguna vez?
¿Qué enfermedad tuviste?
¿Qué te da envidia?
¿Extrañas a alguien?
¿Cuál es la persona más importante en tu vida?
¿Te drogaste alguna vez?
¿Por qué?
¿Cuál es la parte de tu cuerpo que más detestás?
¿Qué hay debajo de tu cama?
¿Crees que los demás te conocen?
Si fueras un país, ¿cuál serías?
¿Tenés un secreto que nunca le dijiste a nadie?
¿Qué te hace llorar?
¿Tenés miedo de morirte?
¿Qué te hace sentir triste?
¿Existe algo que podrías hacer pero que no hacés y no sabés por qué?
¿Sos feliz?
¿Cómo te llaman?
¿Te enamorás fácil?
¿Sos fácil?
¿Leés?
¿Cuándo y cómo?
¿Quién te mimó?
¿Qué característica de la gente te resulta insoportable?
¿Cómo tomás el café?
¿Sabés a qué hora naciste?
¿A qué hora naciste?
¿Traerías un hijo al mundo?
¿Creés en Dios?
¿Leíste la Biblia alguna vez?
¿Te arrepentís?
¿Te irías del país?
¿Por qué?
¿Qué te produce el llanto de otra persona?

Cicatrices

A causa de la varicela, una cicatriz en la frente.
Marca de cuando mordió el perro. (¿Cómo se llamaba la familia que tenía el perro?!! Me devané la cabeza pero no me acuerdo ese nombre!).

Una caída en bicicleta que ha provocado cicatrices en varias partes del cuerpo.
Una pierna más chica que la otra.
Su primera vez con el yeso puesto.

(Creo que también había habido una caída en bici. ¿Era así, P.?) En el lugar de la cicatriz, no tiene pecas).
Las uñas de los dedos gordos se le encarnaban, en las discotecas no podían pisarlo porque llegaba a casa muy dolorido. Hubo que operar.

Una cicatriz en la palma de la mano: “no tiene historia”; “no tengo datos sobre eso, pero está en mi cuerpo”. Memoria involuntaria.
En una corrida hacia los video juegos –lugar al cual tenía prohibido concurrir-, se le desprende la uña del dedo gordo con una baldosa. Primer contacto con el primo: como hombre.
(Hace copia de las cartas que envía para saber lo que escribió).

Un lunar en la pierna forma un elefante.
Tajos en los pies.
Brasas entre los dedos.

Marca: antojo de helado de dulce de leche granizado –sólo ése-de su madre tuvo en los dos embarazos –aunque no le gustaba el helado. Conexión con la madre. Los pelos, en los antojos, salen más rápido.
Cicatriz en el dedo mayor durante un ensayo en el conservatorio.

Marca en la cabeza debido a un accidente de autos. A los 17 años: plástica reparadora.
Tatuaje compartido con M. Lindos recuerdos.
Con otro novio: trincheta.

Del diario de ¿Pablo?

204 quiero escribir
quiero cambiar el mundo
quiero cambiar mi mundo
quiero que el tiempo pase
quiero que vuelva
quiero que llegue
quiero viajar y llegar
quiero vivir completamente solo
quiero despegar
quiero que todo sea nuevo
quiero querer mi cuerpo
quiero explotar en palabras
quiero el invierno
quiero sus gestos
quiero su mañana
quiero dejar de necesitar todo aquello que no es mi espíritu.

Del diario de Pablo

95 onda encantada de la luna

únete a tus sentimientos
vence cualquier obstáculo que te impida amar
permítete sentir la magia de la alegría
que la libre voluntad permee tu vida
engrandece el poder de tu corazón
equilibra tus sentimientos en el aquí y ahora
que tu visión te guíe para sanar las heridas en tu interior
fortalece tus sentimientos
explora tus sentimientos más profundos
transmuta tus sentimientos más profundos
transforma todos tus sentimientos negativos en positivos
llena tus sentimientos con luz
irradia lo que hay en tu corazón.

...

No es una mujer la que llora, es una piedra.

7.3.07

Marina Tsvietáieva por Nicolás Vilela

Mi nombre es Marina Ivánovna Tsvietáieva. Nací el 26 de septiembre de 1892 en la ciudad de Moscú. Mi padre fue filólogo, profesor de historia del arte en las Universidades de Kiev y de Moscú, y director del primer museo de bellas artes de Rusia, el Museo Rumiántsev, conocido hoy como Museo Pushkin. Mi madre fue una pianista polaca bastante talentosa. Murió muy pronto, y de ella heredé el amor por la poesía y por Alemania. Desde los seis hasta los dieciséis años me inscribí en diversos colegios –católicos-, liceos y escuelas de música. Luego, viajé a la Sorbona para participar de un curso de verano sobre literatura francesa antigua. Mis escritores favoritos son Heine, Goethe, Hölderlin, Pasternak, Rilke, Pushkin, Andréi Bély, Homero y Lérmontov. Publiqué poemas en varias revistas de izquierda: nunca en las de derecha, a causa de su profunda falta de cultura. Jamás pertenecí a movimientos literarios o políticos. En 1910 publiqué Álbum de la tarde, mi primer libro de poemas. Mi primer encuentro con la Revolución, con los emigrantes, fue entre 1902 y 1903; el segundo fue entre 1905 y 1906, en Yalta, con los socialistas revolucionarios. Eso fue todo: mis héroes personales son Napoleón, Byron y Juana de Arco. Las cosas que más amo en el mundo son la música, la naturaleza, la poesía y la soledad. No me interesa la opinión pública, ni las artes plásticas, ni el teatro. En 1912 me casé con Sergiuei Efron, un ruso-judío, que primero perteneció al ejército blanco que luchaba contra los bolcheviques, y luego pasó a las filas de Stalin. Tuve tres hijos: Ariadna (a quien llamamos Alia), Irina y Gueorgui. A Serguiei le dediqué mi libro La lámpara maravillosa. De 1917 a 1922, en plena guerra civil, viví separada de mi esposo y escribí seis piezas de teatro, tres libros de poemas y mis diarios Índices terrestres. En 1920 murió Irina, mi hija menor, en un orfanato. En 1922 viajé a Praga a reencontrarme con mi marido, que escapaba de la derrota del ejército blanco. En 1923 me quedé en Praga y escribí algunos poemas dedicados a Pasternak --- y también El poema de la montaña y El poema del fin. Otros poemas que escribí en homenaje al Ejército Blanco fueron recitados en toda la diáspora rusa. En 1925 viajé a París. Los poemas que escribí entre 1922 y 1925 quedaron reunidos en el libro Después de Rusia. En 1926 mantuve una intensa correspondencia con Borís Pasternak, que se había quedado en Rusia, y con Rainer María Rilke, el Poeta-Pensador, que se hallaba en Suiza. Todo comenzó porque el padre de Borís conocía a Rilke y, mediante una carta lo presentó a su hijo. Borís, a través de otra, me lo presentó a mí. Mi correspondencia con Borís había comenzado en 1922, cuando él me escribió a Praga una admirable carta en la que hablaba de mi libro Verstas y de nuestras afinidades. Nos continuamos escribiendo hasta 1935. Como no había relación postal entre la URSS y Suiza, Borís le pidió a Rilke que le enviara las respuestas a sus cartas a través de mí; al mismo tiempo, le sugirió que me mandara de regalo dos libros y fue allí que me presentó ante él. A partir de ese momento, Rilke y yo comenzamos una correspondencia fluida. Ideal. Obnubilada por el nuevo intercambio, olvidé el trato con Borís, quien comenzó a sospechar que yo quería alejarlo de Rilke. Supe después que Leonid Ósipovich ya había advertido a su hijo que no era muy confiable usarme de intermediaria con Rilke. Borís quería verme: quería que él y yo fuésemos a ver a Rilke. Yo, en concreto no quería ver a Rilke: me gustaba soñar con él a esa distancia. Cuando me limité a remitirle la carta que Rilke, a través mío (yo soy una sordina), le enviaba, Borís supuso que mi silencio reflejaba disgusto ante el triángulo amistoso. Mentira: mi infancia con Borís seguía allí, conmigo.


Entre 1933 y 1937 escribí mi ensayo sobre Mayakovski y Pasternak, Epos y Lírica en la Rusia de hoy, y algunas de mis prosas autobiográficas como Mi Puhskin y Pushkin y Pugachov. En 1937, supe que mi marido, que ya había viajado a Rusia con mi hija Alia, estaba implicado en la muerte del hijo de Trotsky. La policía francesa vino a interrogarme a mi casa. Me mudé a un hotel. En 1938, Serguiei volvió a Rusia y lo enviaron al GULAG, que es una forma de decir “Dirección General de Campos de Trabajo”, que es una forma de llamar al lugar al que iban a morir trabajando los prisioneros que capturaba el gobierno soviético. Mi hermana Anastasia fue trasladada a otro campo. Yo volví a Rusia en 1939. Viví de traducciones y con el apoyo de Anna Akhmátova y de Pasternak. En 1941, después del fusilamiento de mi marido y de que mi hija Ariadna fuera enviada a trabajar en un campo minero, me trasladaron a Yelabuga junto con mi hijo. Me suicidé en agosto de ese mismo año, ahorcándome con una cuerda que Borís Pasternak me había dado para atar una valija.

2.3.07

Algunas frases de MT

Marina Tsvietáieva

Si Dios hace este milagro, conservarlo con vida, lo seguiré a todos lados, como un perro.

Trago mis lágrimas en silencio.

Recito como alguien que se ahoga, no, como un pez que se atraganta con su propio mar.

Cuando duele es imposible comenzar de nuevo.

Vivir. Y hacer lo posible porque los otros vivan.

Para mí la posibilidad de conseguir lo deseado (un objeto o un alma) está en proporción inversa a la fuerza del deseo: mientras más deseado – más inalcanzable.

Algún día lo diré, ahora no tengo el valor.

MT

Una señorita ¡y fuma! Por supuesto que todos los seres humanos son iguales, pero a pesar de todo, una señorita no debe fumar. Con el tabaco la voz se endurece y el aliento se vuelve masculino. Las señoritas deben chupar caramelos y perfumarse, para que de ellas se desprenda un olor dulce. Si no, cuando un caballero se les acerque para hacerles un cumplido - ¡paf! – una bofetada de ese olor de hombre.

Todo lo mío ha sido robado.

Alia antes de dormir: - Marina, le deseo todo lo mejor que hay en el mundo. Quizá: lo que aún queda en el mundo…

Es mejor perder a una persona en su totalidad, que retenerla en una centésima parte.

Toda la vida se divide en tres periodos: el presentimiento del amor, el hecho del amor y el recuerdo del amor.

Lo más valioso en los versos y en la vida es aquello que ha llegado involuntariamente.

Así se me quedó grabada esta primera visión de la burguesía durante la Revolución: las orejas, escondidas bajo los gorros, las almas, escondidas tras los abrigos, las cabezas, escondidas en los cuellos, los ojos, escondidos tras los cristales. Una enceguecedora -por la chispa de la cerilla– visión de la piel.

Salva Dios, y protege: a Marina, a Seriozha, a Irina, a Liuba, a Asia, a Andriusha, a los oficiales y los no oficiales, a los franceses y los no franceses, a los heridos y los no heridos, a los sanos y a los enfermos - a todos nuestros conocidos y también a los que no conocemos.

En una palabra, yo no estoy: yo acompaño.

¡De todos modos morir es inevitable!

¿Mis manos vacías y mi corazón repleto?

Marina, siempre

El martes que viene...

... arrancamos con los ensayos y es cuenta regresiva. ¿Qué nos espera ahora? ---

Una silla para Marina Tsvietáieva

Marina

Rainer, quiero encontrarme contigo, quiero dormir junto a ti, adormecerme y dormir. Simplemente dormir. Y nada más. No, algo más: hundir la cabeza en tu hombro izquierdo y abandonar mi mano sobre tu hombro izquierdo, y nada más. No, algo más: aún en el sueño más profundo, saber que eres tú. Y más aún: oír el sonido de tu corazón. Y besarlo.