28.5.07

Un comentario dejado en el blog que yo posteo


Y fue el sábado.
Y ya el frío se anticipaba, para
cubrir a Marina. (El que sopla hoy, por ejemplo)
Pienso en la
nieve.
¿Se bailan boleros en la nieve?
¿Se cubre a una poeta con boleros,
para que del frío
vuelva?
¿Para que regrese?
¿Para que todos,
podamos volver? ¿Regresar
a la infancia?
¿La infancia
de la poesía
del amor?
Pienso en que vi nevar en una sala, el sábado a la noche,
Y, sin embargo, había flores.
Y pan en un larga mesa
donde se velaba a Marina,
a la Tsvietáieva.
Y se cantaba, también.
Pienso en la inmensidad de
un mar de nieve (pero flores, había)
en la trágica tonteria del amor,
en la seria tontería necesaria
como hojas para escribir
cuando no hay hojas,
como fuego en el hogar
cuando no hay leña.
Como estado de ilusión,
pese al Estado.
Aunque de una cuerda se penda,
al final,
por inmensas tonterías como esas.
(HOJAS FUEGO PAN CARTAS POEMAS)
Pienso en la seriedad de los juegos de la infancia
-el teatro es infancia, cuando vive y se regresa, y se canta,
y se baila, y se poema, se juega
y se mar,
y quiero decir que nevaba, (yo lo vi)
Pero flores había.
Contaban, decían, invocaban.
Y nada más.
No; algo más.
Flores había.

Un abrazo enorme a los medusas y medusas y a Tanta, y a todas las marinas, los boris, los rainer, de Alejandro Ricagno.

Un espectador dice

(...) Aún inspirado por una “experiencia rusa” que acabo de vivir en el teatro Callejón, con una obra dirigida por Tantanian Y nada más, un retrato de la poeta rusa Marina Tsvietáieva, interpretado por un grupo de jóvénes y emocionantes actores. Tanta es capaz de mezclar Olga Guillot, Nino Bravo, textos de Tsvietáieva, Paul Celan, Sylvia Plath, Boris Pasternak y canciones infantiles y lograr no un pastiche, sino emoción pura, teatralidad y poesía, unidas como Amapola y memoria. Así que hoy, cualquier otra mezcla me parece una osadía. (...) Por ahora me dejo acunar por imágenes de una mujer que no podía amar el mar, ella todo un fuego en medio de la triste nieve. Epifanías teatrales. De las de verdad.

Alejandro R.

27.5.07

Una carta


Esta carta de Serguei Efron (el marido de Marina Tsvietáieva) a un amigo arroja luz sobre los días de Marina, nos asoma al horror y a la desmesura de sus horas -

Serguei Efron y Marina Tsvietáieva

Arrojarse de cabeza a un huracán se ha convertido para ella en una necesidad, ese es el aire que ella respira. Poco importa el objeto actual de ese huracán. Casi siempre (…) o mejor dicho, siempre, todo reposa en una auto-ilusión. Se inventa un hombre, y el huracán ya puede empezar. Si la insignificancia y los límites del objeto del huracán se descubren rápidamente, Marina se entrega a un nuevo huracán de desesperación, estado que favorece la llegada de un nuevo estímulo. Poco importa el qué; lo que importa es el cómo. No se trata de la realidad de las cosas, de la fuente de los sentimientos, sino de un ritmo enloquecido. Hoy es la desesperación, mañana será el entusiasmo, el amor, la entera donación de sí misma, y pasado mañana será de nuevo la desesperación. Y todo ello en presencia de una inteligencia lúcida, fría, cínicamente volteriana. (…) Es una inmensa hoguera cuyo encendido reclama madera, mucha madera. Se tiran las cenizas inútiles no siendo la calidad de la madera demasiado importante. Mientras el tiro funcione, todo se quema. Si la madera es de peor calidad, se consume más rápidamente, y si es mejor dura más tiempo.
Serguei Efron

Y fue ayer

... ocurrió: como el silencio. Estrenamos y estuvo todo más que bien: así: feliz con lo que hay.

26.5.07

Hoy

Que Marina brille - feliz: sobre el sentido de sus palabras, sobre el pulso de sus dolores, sobre la certeza de cada silencio. Que Marina Tsvietáieva llegue - hoy más que siempre - a partir de hoy más que nunca: al dar el reloj la hora. Que en la música y en la soledad esté: que en la dicha y la palabra sea: Marina, así, hoy -- un huracán: la mujer-relámpago. La luz encima de la puerta. Perfecta. Luminosa como su dolor. Enorme como los trenes que aúllan. Que la reciban los que vengan, que la fiesta sea enorme como ella. Que la felicidad tenga flores blancas - y agua y ocho cuerpos entregados a la única pasión de decir, bailar, callar, gritar, mostrar la soledad y sus caminos: Marina Tsvietáieva. Y nada más.
Alejandro Tantanian

25.5.07

Sencillamente nunca



Olga Guillot por cinco.

Cartas amarillas


Nino Bravo por tres.

Hoy

... tuvimos ensayo general. Todo está listo.






Fotos © Ernesto Donegana

La tristeza

Marina está.
Vengan a verla.

13.5.07

La vida de Marina


Había una vez en Rusia una niña llamada Marina.
Tenía el pelo castaño y los ojos grandes y verdes como dos uvas.
Vivía con su papá, su mamá y su hermana en una casa llena de libros y de música. Marina imaginaba en soledad que era hija de una monja o de un demonio.
Su mamá, Ana, era pianista, y alentaba a Marina para que se dedicara a la música.
Marina prefería leer y escribir.
Tan curiosa era Marina y con tanto asombro recorría las bibliotecas de la casa, que sus padres decidieron prohibirle los libros que no fueran para niños.
Pero ella, con la ayuda de una linterna, continuó leyendo en la oscuridad de su cuarto. Así descubrió la historia de amor entre Eugenio y Tatiana…

"Se trata de un banco en el bosque.
En el banco está sentada Tatiana.
Después llega Eugenio, pero no se sienta.
Tatiana se levanta.
Los dos se quedan parados: ella no dice nada él habla sin parar.
Después ella se va."

Marina entendió que él no la amaba y que por eso no se sentó: era Tatiana la que amaba y por eso se levantó.
Pasaron algunos años y Ana, su madre, enfermó.
Los médicos le recomendaron irse a los países del Sur.
Marina, que viajaba con su mamá, aprendió muchos idiomas con gran velocidad.
¡Qué cosas no soñaba Marina cuando hablaba esas lenguas prodigiosas!
Su cuarto se convertía en un palacio en donde se reunían todos los niños y todos los gigantes del mundo.
Antes de dormirse, Marina pedía un sueño en voz alta para ver si se cumplía. Marina sentía que en ese momento podían quitarle cualquier cosa (un libro, un caramelo, un muñequito de bronce, un pedazo de pan) y a ella no le hubiera importado --- cualquier cosa menos su voz.
Cuando volvieron a Rusia, en un lugar alejado y poblado de árboles, Ana, su madre, murió; y Marina empezó a rezar.

Marina creció y empezó a escribir sus propias poesías.
Cada persona que las leía –y no sólo su familia- se quedaban así: con la boca abierta. Cuando Marina terminó el colegio se casó con un soldado llamado Serguei y tuvieron tres hijos: Alia, Irina y Georgui.
Su país entró en guerra.
Una guerra furiosa, como todas las guerras.
Marina pensaba que en las guerras todo estaba perdido desde el principio.
Y su soldado se marchó al frente.
Marina se quedó en la ciudad con sus tres hijos. Para alimentarlos empezó a vender sus cosas.
Irina, que era la más chiquita, se murió de tristeza, de hambre y de frío.
Marina lloró lágrimas de hielo.
Hacía mucho frío en la guerra.
Marina abanondó Rusia: ya no podía soportar tanto dolor.
Marina se fue a un país donde el frío estuviera de viaje y ahí, lejos de su soldado y de su casa, siguió trabajando: escribió poemas, ensayos, cartas y diarios.
Muchas de esas cartas fueron para su mejor amigo: Boris y para un escritor alemán muy conocido que se llamaba Rainer.

Cuando la guerra terminó, Marina volvió a Rusia.
Cuando llegó le contaron que su soldado había matado a un general muy importante.
La policía vino a buscarla y ella tuvo que escaparse.
¡No podía pensar que su marido hubiera hecho algo así!
Marina lloraba y nadie le creía.
A su soldado se lo llevaron a trabajar como esclavo a un campo.
A su hija Alia también.
Durante largos meses, su soldado y su hija, tuvieron que responder preguntas y preguntas y más preguntas.
Los maltrataron. Les pegaban.
Después, su marido, el soldado Serguei fue fusilado.
Así.
Alia trabajó en ese campo hasta que se murió de cansancio.
Su amigo Boris escondió a Marina y su hijo en Yelabuga, una aldea chiquita, chiquita.
Marina pide trabajo de lavacopas en un bar.
No le contestan.
Marina no tiene un pedazo de pan.
Su hijo tiene hambre.
Marina no tiene fuego en el hogar.
Su hijo tiene frío.
Marina no tiene papel y lápiz para escribir.
Marina sigue escribiendo poemas en su cabeza.
Los nazis bombardean Rusia, otra guerra está por empezar.

Marina cierra la puerta de su casa y en silencio se cuelga del techo con la cuerda que Boris le regaló para atar una valija.
Después, su hijo abre la puerta.

Los que somos


Y nada más
Un retrato de Marina Tsvietáieva, poeta
(Moscú, 1892 – Yelabuga, 1941)


Sobre textos de Paul Celan, Boris Pasternak, Sylvia Plath, Marina Tsvietáieva, Nicolás Vilela y Alejandro Tantanian.

con
Pedro Antony
Eva Carrizo Villar
Romina Ciera
Natacha Codromaz
Estefanía Daicz
Érica D’Alessandro
Gerardo Otero
Pablo Ramírez

Producción
La Balsa de la Medusa
Fotografías
Ernesto Donegana
Diseño gráfico
Gonzalo Martínez
Realización canteros
A&B realizaciones escenográficas
Meritorio de escenografía
María Belén Draghi
Asistente de escenografía y vestuario
Cecilia Stanovnik
Asistente de dirección
Nicolás Vilela

Coreografía y diseño de movimiento
Silvina Duna
Luces
Marco Pastorino
Escenografía y vestuario
Oria Puppo
Dramaturgia, musicalización y dirección
Alejandro Tantanian


La poeta Marina Tsvietáieva nació en 1892 en Moscú. Al margen de las corrientes estéticas como el acmeísmo, el simbolismo y el futurismo, escribió libros de poemas (Álbum de la tarde, La lámpara maravillosa, Poema de la montaña y Poema del fin), prosas autobiográficas (Mi Pushkin, El diablo), diarios (Indicios terrestres), cartas (Cartas del verano de 1926), ensayos (Epos y Lírica en la Rusia de hoy) y obras de teatro. En 1941 se suicidó en Yelabuga. Dueña de una poesía capaz de irradiar una claridad inquietante y conmovedora sin apelar a ningún tipo de concesiones, Marina Tsvietáieva se convirtió una de las voces fundamentales del siglo XX.