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Natu
Un espectáculo de Alejandro Tantanian sobre Marina Tsvietáieva. Domingos 19 horas. Espacio Callejón. Humahuaca 3759. Reservas al 4862.1167. Última función domingo 17 de agosto de 2008.
Es menuda como un soplo y tiene el pelo marrón y un aire entre tierno y triste como un gorrión. Le gusta andar por las ramas ir de balcón en balcón sin que nadie le eche mano como un gorrión. Nació libre como el viento no tiene amo ni patrón y se mueve por instinto como un gorrión. Pajarillo pardo en la carrera de San Bernardo dejó su nido seco y vacío quiza algún niño ya lo robó. Pajarillo errante que bebe el agua de los estanques y de mi mano jamás comió. Y no le debe al alpiste su color ni su canción por ahí busca su lechuga como un gorrión. Y le da pena el canario pero no envidia al halcón le gusta volar bajito como un gorrión. Y tutearse con las nubes y dormir en el rincón donde no llegan los gatos como un gorrión. |
Nadie quizá de modo más significativo que Pasternak recorrió todo el calvario de la literatura rusa durante la era soviética dando pruebas no sólo de su fuerza, sino también de su debilidad, con flaquezas ante la situación histórica antes de un martirio final que fue para él también una apoteosis. Su trayectoria no fue heroica, pero sí límpida en una realidad opresiva que llevó a algunos a una ciega sumisión, mientras que en otros provocó una intrépida resistencia, la negativa a aceptarla y a justificarla.
Más allá de las obras en verso y en prosa, el epistolario de Pasternak abre espacios de visión sobre su vida y su época, como lo muestran dos volúmenes que acaban de aparecer en Moscú y que reúnen sus cartas a los padres y a otros parientes, emigrados a Occidente, y su correspondencia con la poeta Marina Tsvetaeva, a la que Josef Brodski consideraba "la primera poeta del siglo XX" y, en todo caso, la voz más extrema del siglo pasado. En verdad, la primera colección de cartas ya era conocida en el círculo de estudiosos de la obra de Pasternak porque fue editada por los Slavic Stanford Studies y, ahora que alcanza una circulación más amplia, su relectura permite redescubrimientos interesantes, como una carta de 1926, en la que Pasternak, que se sentía ruso cristiano ortodoxo, se queja de su condición de judío: "Un inconveniente bastante serio es haber nacido judío [...]. Tanto valía venir al mundo en la época de los macabeos y aprender la lengua de los camellos y de las palmas y no ?en el corazón de un bosque ruso de abedules´". O, como en una carta de 1933 a los padres, donde, ante el ascenso de Hitler en Alemania y lo que observaba en su patria, comenta, abandonando un poco la cautela dictada por la censura: "Son el ala derecha y el ala izquierda de una única noche materialista".
La correspondencia entre Boris Pasternak y Marina Tsvetaeva es muy rica en novedades, una verdadera novela epistolar, cuya parte central involucra a un tercer personaje, Rainer Maria Rilke, adorado por ambos y ligado a los dos poetas rusos por un río de sentimientos, entre los cuales estaba su amor por Rusia, "tierra limítrofe de Dios", meta de su inolvidable peregrinaje juvenil. Lo que resulta de un intercambio de cartas que va de 1922 a 1936 es una sucesión de acontecimientos de una extraordinaria intensidad. La protagonista de esos hechos es la fuerte Marina. El temple de Rilke (muerto de leucemia en 1926) es demasiado etéreo para esas peripecias y demasiado blanda la "bondad" de Pasternak, hacia la cual Tsevetaeva tendría palabras de amarga dureza en una de sus últimas cartas, en la que denuncia la egoísta elusividad del escritor ruso. Durante esos años, Marina vivió pobremente en Europa occidental, en exilio voluntario, al lado de un marido, como ella, "contrarrevolucionario", pero que después se convirtió en agente de los servicios secretos soviéticos. Con él se repatrió en 1939, dos años antes de suicidarse.
En el magma lingüístico de su prosa, donde resuena el grito de sus versos densos y ardientes como lava, Marina vuelca una energía amorosa ubicua y arrolladora en un vínculo erótico imaginario con los dos ídolos de su alma, Pasternak y Rilke. "La fidelidad como constancia de la pasión me es incomprensible, extraña", decía Marina, capaz de varios amores, pero auténtica en su entrega completa a Rilke, a Pasternak y al marido, Serguei Efron, al que siguió resignada a una patria que ya no era la suya ni siquiera de nombre.
A Rilke, al que nunca conoció personalmente, Marina le podía escribir palabras como éstas: "Rainer, quiero encontrarme contigo [...], quiero dormir junto a ti, adormecerme y dormir [...] Simplemente dormir. Y nada más. No, algo más: hundir la cabeza en tu hombro izquierdo y abandonar mi mano sobre tu hombro izquierdo, y nada más. No, algo más: aun en el sueño más profundo, saber que eres tú. Y más aún: oír el sonido de tu corazón. Y besarlo". En el sueño, y no sólo en la realidad, Marina vivía sus exaltaciones amorosas.
La relación con Pasternak, más larga y directa, fue también más compleja, porque el matrimonio de Boris la convenció de que, aunque predestinados espiritualmente el uno para el otro, la vida privada, además de la pública, los dividía de modo inexorable y fatal. El encuentro de ambos (el "no encuentro", como ella lo llamó) que se produjo en París, en 1935, marcó un límite, más allá del cual la novela epistolar no podía continuar. Pero en sus destinos y en sus poesías, la influencia recíproca fue duradera y en el caso de Pasternak, persistió después de la muerte de Marina, ya que la presencia de ésta en El doctor Zhivago está viva. Más allá de cualquier identificación de un modelo para el personaje de Lara, como Olga Ivinskaja, el último amor de Pasternak, esa presencia es el espíritu rebelde y tempestuoso de Tsvetaeva, que flota en numerosas páginas de la novela.
Marina le había declarado a Pasternak que jamás volvería a Rusia, convertida en la URSS ("simplemente porque ese país no existe. No sabría adónde volver. No puedo volver a una sigla, cuyo sentido no entiendo"). El mismo Pasternak en una carta de 1927 la alertaba sobre una realidad policíaca fundada sobre la delación: "¿Pero sabes qué es hoy Rusia? Oh, naturalmente, más que antes existe la constante posibilidad de encontrarse sentado a una misma mesa con un informante de la policía política, que te arroja encima la sombra de una eterna infamia para hacer pasar tu fervorosa, gran lealtad por traición".
A esa Rusia, que ya no lo era, Marina, más tarde, sería impulsada a volver en un acto de desesperada abnegación, pero, entre tanto, en los últimos tiempos de la correspondencia con Pasternak, es ella la clarividente que advertía las debilidades del escritor, la que luchaba para que él fuera cada vez más fiel a sí mismo, quien en la última carta (de marzo de 1936) le enseñaba cómo ser independiente, cómo resistir a las extorsiones ideológicas (Pasternak había sido acusado por los críticos comunistas de ser extraño a las masas), y le predijo la desventura que lo esperaba. La carta, a esa altura demasiado peligrosa, no recibió ninguna respuesta. Fue el fin de la "novela epistolar" y el presentimiento del fin de sus protagonistas. Marina, a la que Pasternak había llamado "una fuerza universal" y que lo había llevado a definir el encuentro con ella como "una felicidad de una simplicidad extrema", resultó vencedora en esa confrontación. Pero Pasternak, con El doctor Zhivago, la proseguiría llevado por la intrepidez del espíritu.
Por Vittorio Strada
Corriere della Sera
De Pasternak a Tsvetaeva
5 de octubre de 1934
Tengo el placer de decirte que trabajo en condiciones imposibles, en las cuales otro se entregaría a la bebida y enloquecería. Digo esto no para ponerme en tu mismo nivel: gano bastante y esto, en comparación contigo, me cierra la boca. Mantengo a todos los míos. Para comer, no nos falta nada, pero un departamento normal, decente, no lo tendré nunca.
Todos se sorprenden y hasta se irritan porque voy de paseo vestido como un miserable, pero no como uno que se dejó estar, sino como alguien que jamás le prestó atención a la ropa. Lo que me perjudica desde el punto de vista práctico. Aquí se ha elaborado un estilo necesario para prosperar, un lenguaje mudo que garantiza el éxito a quien lo usa, y si lo rechazas, se venga de ese rechazo. Uno no se puede limitar a lo necesario, es preciso pedir el doble: entonces te dan cuatro veces lo que pediste. Es preciso amar la radio, los gramófonos, las máquinas de escribir, los armarios americanos, los espectáculos de variedad. Hay que entenderlo.
Pero yo no tengo elección. Las circunstancias me justifican. Probablemente soy un tímido: un ambiente extraño me parece siempre mejor y superior respecto de mí (aun cuando con la razón lo desprecie, físicamente me pierdo en él). Esa es la razón por la que en las fotografías aparezco siempre con el aspecto de un idiota trastornado.
De Tsvetaeva a Pasternak
Julio de 1935
He defendido el derecho del hombre al aislamiento, no en un cuarto, por su trabajo de escritor, sino en el mundo, y no cedo en esta posición. Se me dijo: las masas, yo digo: los solteros que sufren. Si las masas tienen el derecho de autoafirmarse, ¿por qué el soltero no debería tenerlo? Tengo el derecho, ya que dispongo de una sola y breve vida, de no saber qué son los kolchoz, así como los kolchoz no saben quién soy yo. Si se quiere la igualdad, que sea. A mí me interesa todo lo que le interesaba a Pascal, y no me interesa todo aquello que no le interesaba. No tengo la culpa si soy tan franca. No me costaría nada responder, a la pregunta "¿Le interesa el futuro del pueblo?", "Oh, sí". Pero yo respondí: no, porque sinceramente no me interesa ningún futuro, que para mí es un lugar vacío (¡y amenazante!).
Siento vergüenza de defender delante de ti el derecho del hombre a la soledad porque todos aquellos que cuentan han sido solitarios, y yo entre ellos soy la menor. También yo he tenido sentimientos civiles, es decir, heroicos, el sentimiento del héroe, es decir, del fin trágico. No es mi culpa si no soporto el idilio, hacia el cual todo se mueve. Cantar los kolchoz y las fábricas es lo mismo que cantar el amor feliz. No puedo.
Martincho y Luciana
me tiraron pasto podrido
y después Juan me escupió
el agua verdinegra del mate
sobre la libretita y el pantalón
Esther (28 años) salió a defenderme.
¿Qué le hacen a Arturito?
No le tiren pasto a Arturito
que está escribiendo
Pero Arturito no sabe escribir.
Arturito es pasto de las llamas
de los niños
De todo podría decir él
que ha sido, que ya fue escrito
o apoyado todavía en una ciencia
que la naturaleza debería imitar
¿Echó a los niños?
Sólo les dijo: "vayan a la otra palmera
Aquí tengo que escribir".
"¿Molestamos? -dijo Luciana-. Y
agregó: "¡Tonto, vos no conocés todo
nuestro campo!"
Florecillas.
Círculos amarillos.
Los chiquitos bajo la palmera más amplia
y el dálmata sobre las manchas de luz en
copos que filtraban las lentísimas hojas
acribilladas
El gritito de Juan.
Los ojitos celestes;
la boca de viejita desdentada de Luciana.
Los niños como antídoto
después de una noche soñada
para la fatalidad del sufrimiento
¡El Campo!
Lo simple,
la gratuita espera,
el artificio remoto de un amor
que embauca la costumbre.
El paso veloz de los primatitos y
el tiempo detenido, indestructible
como el viento en los árboles
como el agua en la luz
Pasto de las llamas
De los niños.
Forzar
el ideograma de la alegría:
el cuerpo como único retrato,
único espejo, único pie de la temible
locura.
Forzar la música de los nombres que se
arrastran en la cacería de los estrechamientos
y besos y gestos del amor e innumerables
abrazos.
Forzar y destruir todo simulacro de Belleza y
atender el disimulo de estas bandadas de loros
querellando a lo lejos, en las nubes,
como ranas.
Faltaba esta maldita música country y toda la
demencia natural del atardecer: el sol obsceno
como una gorda rubicunda en el bañadero de los
patos
y las 28 jóvenes bestiales jugando al tenis
tan solas y tan tristes,
con sus 28 años de vida masculina;
con las 28 raquetas junto al caserío
del mar: es decir, del campo.
28 jóvenes y nade sale de mi deseo
28 jóvenes y ella va memorizando
en nuestro sexo mi aciago destino:
el disparate de no desear conocer
en el conocimiento con su deseo.
el sentido triturado
por las disparatadas risas de los loros;
el destino como una migración momentánea
hacia una noche acaso momentánea
con sus colores tenebrosos
sus faisanes degollados y sus cabizbajos
flamencos,
Fermín y Anita -dije anoche.
¿Cómo luciré ya para vosotros, con este
sombrerón fantasma y estos huesos porosos
con el ligero dolor del mundo: ¡bufón!
y con este bastón y esta caperuza y este
sonajero contra el rumor de una indestructible
carcajada
Es la madrugada y estoy sollozando todavía,
mordiendo la servicial almohada y
comprendiendo que ustedes no están para
saltar como monitos en nuestra cama
y yo buscando sobre la risa o red del circo
mi libretita de apuntes
con mi terco dolor en "la boca del estómago".
Pero esto es otra cosa: otro campo
donde la pesadilla apaciguada se enriquece:
malones de niños me atacan con pasto,
con yerba y agua lavada tratan de cegarme,
borronear las débiles comisuras de unos
débiles caligrafiados labios:
otro campo EL CAMPO.
con todo su escozor y todo su derroche
y toda la piratería
para los sueños del dolor:
¿ debo escribir?
O llorar, simplemente,
bajo el gentío de infantes y
toda la chatarra enigmática
de sus juguetes.
De los pelos van arrastrando unas muñecas
automáticas, con chupetes del tamaño
de un clavo para techos: si le quitan
"el clavete" las muñecas lloran con
sonidos y timbres indescriptibles: una
liebre agonizando imita con insensata
maestría el llanto de un niño.
¿Por qué no se sintetiza o pasa por
sintetizadores, para las muñecas, el llanto
de las dulcísimas liebres agonizadoras?
Oh Poeta,
el rayo de la pequeña confianza
te alimenta.
El Dolor y su Moral.
La desdicha de la antipatía.
Los ojos de una enigmática mujer
que crece en otros innumerables ojos
cada día.
La música y su sonrisa de cuartel,
sonrisa desvaneciéndose entre aplausos
y aplausos
besos y aplausos
Y el campo del Ser Humano,
el campo de su Eternidad: Tomábamos
el té y Martín dijo, como Séneca, la
vida es brebe.
Arturito asintió: tan breve,
tan dichosamente breve
tan brevísima hembra del colibrí
libando la risa de nuestra eficaz
confianza.
Oh poeta: la tormenta y la tierra
que avanza en virutas y los remolinos
a través del monte borrando el indeciso
arco iris.
Oh, confianza. Breve musiquita embustera
envuelta en la muerte.
Por vos este día sin mis hijos,
sin mi querida mujer
en la oscuridad de la piel terrosa
y perfumada
del campo nocturno
del campo de la diferencia
del campo de la repetición
Todo en un
instante
sumiyesco: "la centella entró
y los niños se aferraron a los
muslos delicados de la madre:
una pequeña y estática mujer:
una alegoría carnal de la distancia".
....................................................................................................................
está lloviendo
Martín guarda en su estuche
el arma que carga el diablo.
Las palomas se adormecen y pasa
tras la galería cerrada, Cora,
con las palomas doradas atadas
a la cintura.
Murmullo del agua.
Los juguetes enfriándose.
Las manitas de los niños
para la densidad del arco iris.
Los cuerpos de los niños veloces
ya en los bolsillos
de unas huestes marsupiales.
El poeta se encierra cómodamente
en el Fairlaine de Martín:
con la música altísima,
la refrigeración,
y hasta el perfecto anfitrión
le alcanza un trago largo
a través de la ventanilla baja.
Mamarrachea Arturito en ese navío
¿pampeano? ¿Anclado en La Esperanza?
Con sus canastas de lluvia y sombrillas
enceradas pasan las infantas empapadas;
los chiquitos ya bañados y listos
para la cena y el descanso y
la cocinera con señas silenciosas,
entre el barullo de los loros y los grillos
llama a comer
¿con una campanilla?
Esta ventanilla está empañada
No veo bien.
Arturo Carrera