Marina nació en Rusia, en 1892. Era una niña larga y fina como una rama, de pelo claro y ojos verdes. Usaba flequillo, y le gustaban la música y las palabras.
Marina y su familia siempre viajaron mucho. Los papás de Marina eran personas ocupadas y un poco distantes. Su papá fue director de un museo. Su mamá tocaba el piano, y murió cuando Marina era chiquita.
Marina estudió música en una escuela, pero no duró mucho. Prefería estar sola, escribir, soñar y pasear por el bosque, cerca del río o las montañas.
Le gustaban mucho las montañas, pero no el mar. Una vez escribió: “Al mar no se lo puede acariciar – es húmedo.”
En sus viajes, Marina aprendió a hablar italiano, francés y alemán. Escribía versos todos los días, y llevaba un diario personal.
Cuando cumplió dieciocho años, le pasaron dos cosas: publicó su primer libro de poesía y conoció un joven que le gustó mucho.
El libro se llamó Álbum de la tarde. El joven se llamaba Serguei.
Marina y Serguei se enamoraron y se casaron. Tuvieron una hija, a la que llamaron Ariadna.
Mientras tanto, en Rusia comenzó una revolución, y Serguei se unió al ejército, para combatir contra la revolución.
Marina y su hija hicieron las valijas y se fueron de Rusia. Viajaron solas, por distintos países. Vivieron en Berlín y en Praga. Después, Serguei volvió con ellas. Marina y Serguei siguieron estudiando.
Marina publicó más libros, y otros poetas la conocieron. Algunos decían que era una poeta sobresaliente y única. Pero en Rusia, sus libros estaban prohibidos.
Marina, Serguei y Ariadna se mudaron a París, donde vivieron muchos años y tuvieron otros hijos: Irina y Georgy. A Georgy le decían Mur.
Marina amaba a sus hijos, pero le costaba alimentarlos y conseguir abrigo. Eran una familia pobre, como suelen ser las familias de los escritores.
Dormían en hoteles o en pequeñas habitaciones alquiladas. Solían pasar hambre y frío.
Un día, su hija Irina enfermó y no pudieron curarla. Murió.
Marina lloró y siguió escribiendo. Para ganar más dinero, hacía traducciones y escribía ensayos y obras de teatro.
En esos años se enamoró profundamente de los versos de un poeta alemán, llamado Rainer, y de otro poeta ruso, llamado Boris.
Con ambos se escribía largas cartas. A Marina le gustaban las cartas.
Nunca quiso conocer a Rainer en persona. Prefería las palabras. Prefería soñar. Pensaba que el cuerpo de un ser humano era un muro que impedía ver su alma.
Un día, Ariadna y Serguei volvieron a Rusia. Enseguida, la policía se los llevó y los puso a trabajar en un campo para presos.
Marina volvió a Rusia para estar cerca de su familia. Pero la obligaron a vivir en un pueblito, lejos de todo.
Allí tampoco consiguió trabajo. Se ofreció para lavar copas en un bar.
Algunos amigos poetas le enviaron dinero.
Al poco tiempo, fusilaron a Serguei, por traición a la patria. Y Ariadna siguió encerrada en el campo de trabajo.
Una mañana, Marina vio una soga que el poeta Boris le había regalado para atar las valijas. Pero ella ya no viajaría más. Entonces escribió una carta para su hijo, tomó la soga, se colgó del cuello y murió.
Era el año 1941.