1.7.06

Marina Tsvietaieva

Literatura rusa
Entre el temor prudente y la rebeldía

El epistolario entre Boris Pasternak, autor de El doctor Zhivago, y Marina Tsvetaeva, la gran poeta rusa, revela una curiosa relación. Ella fue la conciencia moral del escritor y también su musa.

Nadie quizá de modo más significativo que Pasternak recorrió todo el calvario de la literatura rusa durante la era soviética dando pruebas no sólo de su fuerza, sino también de su debilidad, con flaquezas ante la situación histórica antes de un martirio final que fue para él también una apoteosis. Su trayectoria no fue heroica, pero sí límpida en una realidad opresiva que llevó a algunos a una ciega sumisión, mientras que en otros provocó una intrépida resistencia, la negativa a aceptarla y a justificarla.

Más allá de las obras en verso y en prosa, el epistolario de Pasternak abre espacios de visión sobre su vida y su época, como lo muestran dos volúmenes que acaban de aparecer en Moscú y que reúnen sus cartas a los padres y a otros parientes, emigrados a Occidente, y su correspondencia con la poeta Marina Tsvetaeva, a la que Josef Brodski consideraba "la primera poeta del siglo XX" y, en todo caso, la voz más extrema del siglo pasado. En verdad, la primera colección de cartas ya era conocida en el círculo de estudiosos de la obra de Pasternak porque fue editada por los Slavic Stanford Studies y, ahora que alcanza una circulación más amplia, su relectura permite redescubrimientos interesantes, como una carta de 1926, en la que Pasternak, que se sentía ruso cristiano ortodoxo, se queja de su condición de judío: "Un inconveniente bastante serio es haber nacido judío [...]. Tanto valía venir al mundo en la época de los macabeos y aprender la lengua de los camellos y de las palmas y no ?en el corazón de un bosque ruso de abedules´". O, como en una carta de 1933 a los padres, donde, ante el ascenso de Hitler en Alemania y lo que observaba en su patria, comenta, abandonando un poco la cautela dictada por la censura: "Son el ala derecha y el ala izquierda de una única noche materialista".

La correspondencia entre Boris Pasternak y Marina Tsvetaeva es muy rica en novedades, una verdadera novela epistolar, cuya parte central involucra a un tercer personaje, Rainer Maria Rilke, adorado por ambos y ligado a los dos poetas rusos por un río de sentimientos, entre los cuales estaba su amor por Rusia, "tierra limítrofe de Dios", meta de su inolvidable peregrinaje juvenil. Lo que resulta de un intercambio de cartas que va de 1922 a 1936 es una sucesión de acontecimientos de una extraordinaria intensidad. La protagonista de esos hechos es la fuerte Marina. El temple de Rilke (muerto de leucemia en 1926) es demasiado etéreo para esas peripecias y demasiado blanda la "bondad" de Pasternak, hacia la cual Tsevetaeva tendría palabras de amarga dureza en una de sus últimas cartas, en la que denuncia la egoísta elusividad del escritor ruso. Durante esos años, Marina vivió pobremente en Europa occidental, en exilio voluntario, al lado de un marido, como ella, "contrarrevolucionario", pero que después se convirtió en agente de los servicios secretos soviéticos. Con él se repatrió en 1939, dos años antes de suicidarse.

En el magma lingüístico de su prosa, donde resuena el grito de sus versos densos y ardientes como lava, Marina vuelca una energía amorosa ubicua y arrolladora en un vínculo erótico imaginario con los dos ídolos de su alma, Pasternak y Rilke. "La fidelidad como constancia de la pasión me es incomprensible, extraña", decía Marina, capaz de varios amores, pero auténtica en su entrega completa a Rilke, a Pasternak y al marido, Serguei Efron, al que siguió resignada a una patria que ya no era la suya ni siquiera de nombre.

A Rilke, al que nunca conoció personalmente, Marina le podía escribir palabras como éstas: "Rainer, quiero encontrarme contigo [...], quiero dormir junto a ti, adormecerme y dormir [...] Simplemente dormir. Y nada más. No, algo más: hundir la cabeza en tu hombro izquierdo y abandonar mi mano sobre tu hombro izquierdo, y nada más. No, algo más: aun en el sueño más profundo, saber que eres tú. Y más aún: oír el sonido de tu corazón. Y besarlo". En el sueño, y no sólo en la realidad, Marina vivía sus exaltaciones amorosas.

La relación con Pasternak, más larga y directa, fue también más compleja, porque el matrimonio de Boris la convenció de que, aunque predestinados espiritualmente el uno para el otro, la vida privada, además de la pública, los dividía de modo inexorable y fatal. El encuentro de ambos (el "no encuentro", como ella lo llamó) que se produjo en París, en 1935, marcó un límite, más allá del cual la novela epistolar no podía continuar. Pero en sus destinos y en sus poesías, la influencia recíproca fue duradera y en el caso de Pasternak, persistió después de la muerte de Marina, ya que la presencia de ésta en El doctor Zhivago está viva. Más allá de cualquier identificación de un modelo para el personaje de Lara, como Olga Ivinskaja, el último amor de Pasternak, esa presencia es el espíritu rebelde y tempestuoso de Tsvetaeva, que flota en numerosas páginas de la novela.

Marina le había declarado a Pasternak que jamás volvería a Rusia, convertida en la URSS ("simplemente porque ese país no existe. No sabría adónde volver. No puedo volver a una sigla, cuyo sentido no entiendo"). El mismo Pasternak en una carta de 1927 la alertaba sobre una realidad policíaca fundada sobre la delación: "¿Pero sabes qué es hoy Rusia? Oh, naturalmente, más que antes existe la constante posibilidad de encontrarse sentado a una misma mesa con un informante de la policía política, que te arroja encima la sombra de una eterna infamia para hacer pasar tu fervorosa, gran lealtad por traición".

A esa Rusia, que ya no lo era, Marina, más tarde, sería impulsada a volver en un acto de desesperada abnegación, pero, entre tanto, en los últimos tiempos de la correspondencia con Pasternak, es ella la clarividente que advertía las debilidades del escritor, la que luchaba para que él fuera cada vez más fiel a sí mismo, quien en la última carta (de marzo de 1936) le enseñaba cómo ser independiente, cómo resistir a las extorsiones ideológicas (Pasternak había sido acusado por los críticos comunistas de ser extraño a las masas), y le predijo la desventura que lo esperaba. La carta, a esa altura demasiado peligrosa, no recibió ninguna respuesta. Fue el fin de la "novela epistolar" y el presentimiento del fin de sus protagonistas. Marina, a la que Pasternak había llamado "una fuerza universal" y que lo había llevado a definir el encuentro con ella como "una felicidad de una simplicidad extrema", resultó vencedora en esa confrontación. Pero Pasternak, con El doctor Zhivago, la proseguiría llevado por la intrepidez del espíritu.

Por Vittorio Strada
Corriere della Sera


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