14.7.07

Hoy en Clarín

A LA HORA DEL RECUERDO UN TONO DISTENDIDO Y CERCANO ELIGIO ALEJANDRO TANTANIAN PARA ESTE HOMENAJE A LA POETA RUSA QUE ERA ESPECIALISTA EN ENAMORAR A LA DISTANCIA: RILKE Y BORIS PASTERNAK FUERON ALGUNOS DE LOS NOMBRES QUE SUCUMBIERON A SUS TEXTOS.

TEATRO : "Y NADA MAS" DE ALEJANDRO TANTANIAN
El amor por las palabras
Se trata de un homenaje a la poeta rusa Marina Tsvietáieva, una especialista en la correspondencia amorosa.

Camilo Sánchez

A veces parece una celebración solemne de escritores en estado de encantamiento y, en otros momentos, el homenaje a la poeta rusa Marina Tsvietáieva pensado por Alejandro Tantanian, tiene el clima de una cena de ex alumnos que se reúnen para recordar a la profesora más querida. Con un manejo escénico distendido y juegos teatrales de esos que aparecen en la sugestión de un ensayo, Y nada más pasa por climas de contundencia dramática y ráfagas de humor delicado. Una serie de elementos amables que transforman este trabajo en lo que, acaso, haya buscado ser: el acercamiento a una obra inquietante como quien se asoma al vacío de un balcón, de madrugada, con una copa en la mano, mientras al fondo se escuchan los rumores, lejanos, de una fiesta.

Hay, en el espacio, diseñado por Oria Puppo, una secuela de flores, de margaritas que persisten bajo luces cenitales diseñadas por Marco Pastorino. Una conjunción que logra colocar al espectador en estado de expectativa. Y una de las actrices, Natacha Codromaz, que mira a los invitados y toma la palabra. "El teatro siempre me pareció una actividad para los pobres de espíritu, para gente que no cree en lo que ve o, peor, para gente que no cree en lo que siente. Una especie de alfabeto para ciegos", dice. Y cierra la frase con la firma al pie: Marina Tsvietáieva.

La cita no es ingenua: marca el abordaje, la posición y el rumbo de la puesta. Los textos de la poeta rusa son atravesados aquí por otras palabras: Paul Celan, Boris Pasternak, Sylvia Plath, el propio Tantanian y Nicolás Vilela. Y por un cruce musical que puede ir desde un tema de George Gershwin, I've got rythm, a rondas infantiles, Olga Guillot con Sencillamente nunca, citas de Schubert o Cartas amarillas de Nino Bravo. Tantanian diseña de esta forma apuntes y desmemorias de esta poeta creativa a la hora de la correspondencia amorosa, una especie -así le gusta definirla a Martine Broda- de "virtuosa del amor a la distancia".

"No te dije lo más importante acerca del mar: sólo el pescador o el marinero se atreven a amarlo. Sólo el pescador o el marinero saben qué es. Mi amor sería un abuso de poder", apuntaba, en una de sus infinitas cartas, Marina Tsvietáieva. El deseo de escritura más que ninguna otra cosa, la intimidad con las palabras: eso que la encandilaba y que Y nada más ha elegido encumbrar en este homenaje.

Hoy en La Nación

Mucho más que bellas voces

Y nada más
, basado en textos de Paul Celan, Boris Pasternak, Sylvia Plath, Alejandro Tantanian, Marina Tsvietáieva y Nicolás Vilela. Dirección: Alejandro Tantanian. Con Pedro Antony, Eva Carrizo, Romina Ciera, Natacha Codromaz, Erica D Alessandro, Estefanía Daicz, Gerardo Otero y Pablo Ramírez. Vestuario y escenografía: Oria Puppo. Iluminación: Marco Pastorino. Musicalización: Tantanian. Diseño gráfico: Gonzalo Martínez. Coreografía: Silvina Duna. Sábados, a las 20.30, en Espacio Callejón, Humahuaca 3759.
Nuestra opinión: buena


Dos años atrás, una nueva camada de actores que se recibía en el IUNA debutaba en la escena alternativa con La balsa de la medusa , trabajo con puesta de Emilio García Wehbi, en el cual tenían el duro oficio de maltratar al público en función de determinada propuesta. Luego de dicha experiencia, ese mismo grupo convocó a Alejandro Tantanian para que los dirigiera en una nueva propuesta. Después de meses de trabajo, el resultado de ese proceso es Y nada más, un retrato de la poeta rusa Marina Tsvietáieva . Por el tono que maneja la obra, por la complicidad que entabla con el público y por la amplia paleta que manejan los actores, este nuevo emprendimiento está casi en las antípodas de aquel cuestionable trabajo iniciático.

En el completo blog dedicado a la obra (http://rusos.blogspot.com) se lee: "La biografía de la poeta Marina Tsvietáieva (1892-1941) es una historia de guerra, de vida atravesada y marcada por la guerra. Vivió la Revolución Rusa y, por lo tanto, el hambre y el frío que vinieron con ella se llevaron tempranamente a su hija menor. Luego, su marido fue enviado a luchar y fue fusilado, su familia perseguida, su otra hija recluida en un campo de concentración. Ella escapó con el único hijo que le quedó con vida y poco después se suicidó".

Con palabras de la misma Tsvietáieva y voces ajenas, Alejandro Tantanian propone un inteligente juego de pinceladas sin tiempos muertos. En ese contexto, los ocho actores (Pedro Antony, Eva Carrizo, Romina Ciera, Natacha Codromaz, Erica D Alessandro, Estefanía Daicz, Gerardo Otero y Pablo Ramírez) se convierten en herramientas fundantes de esta propuesta del director de Los mansos. Ellos son los soportes, las voces y los cuerpos de esas palabras cargadas de dolor, de melancolía y de una tristeza que pega en el pecho.

Claro que, sabiamente, Tantanian quiebra ese tono con constantes rupturas. Conforme a esa consigna, si el montaje comienza como si fuera una película musical de los cincuenta, luego salta a un desgarrador tema que cantaba Olga Guillot o al trío de actores que interpretan "Cartas amarillas", otra canción al borde de lo bizarro que cantaba Nino Bravo cuando intentaba detener su juventud. Y luego (o antes, poco importa ya) los actores se sientan a centímetros del público para mostrarles los objetos de la infancia como en una especie de pequeño biodrama coral.

A medida que transcurre el espectáculo, Y nada más va agregando simples elementos que hacen al cuerpo central de este atractivo trabajo. Nada más que eso: chispas, gestos y pequeñas delikatessen sobre ese mantel compuesto por la vida y la poética de Marina Tsvietáieva junto a las voces de Paul Celan, Boris Pasternak, Sylvia Plath, Nicolás Vilela y del mismo Tantanian. Así se suceden imágenes de la Revolución Rusa, el dolor, los poemas, el hambre, el amor, las cartas, la desazón... Y todo se complementa: las voces, el trabajo de los actores, la iluminación de Marco Pastorino, la coreografía de Silvina Duna y la escenografía y vestuario de Oria Puppo.

El trabajo de los ocho actores es muy sólido y completo. De todos modos, algunos hacen un uso abusivo de lo dramático en un subrayado poco coherente con los cambios de aire que propone la puesta de Tantanian. En ese sentido, el trabajo de Gerardo Otero es uno de los más precisos.

Hay otro punto cuestionable (inexplicable, por cierto): da la sensación de que esos poemas y ese fino entramado se escucharían mejor los domingos por la tarde. Pero, claro, eso es pura subjetividad. Lo cierto es que va los sábados y vale la pena no perdérselo. No más que eso.

Alejandro Cruz

6.7.07

Salió en Radar

fan|un dramaturgo elige su pelicula favorita: alejandro tantanian y lo que el viento se llevo (1939), de victor fleming
La vida es otra cosa
por Alejandro Tantanian
Supe que había una película que iba a dejar atrás mi infancia para siempre. Mi mamá –desde que yo era muy chico– me hablaba de las películas que ella había visto una, dos y cien veces en los viejos cines de la Alemania de posguerra. Esas películas tenían el color de su infancia: Novella (sí, mi mamá se llama Novella) fatigó Europa escapando de Rusia durante la Segunda Guerra junto a mis abuelos: él, Artaches, un joyero experto en silenciar diamantes, y mi abuela, Soja, una princesa post zarista en pleno exilio. La infancia de mi mamá transcurrió entre juegos en los bunkers, plazas bombardeadas, trineos en la nieve y mi abuela envuelta en pieles mientras el mundo se desmoronaba. A mi abuelo lo hicieron prisionero y lo liberaron, a los tres los hicieron prisioneros y los volvieron a liberar. El cine era un desprendimiento o un eco tibio de todo eso. Y hubo una película que mi mamá vio en Alemania –cuando esa guerra terminó– que se transformó en el Aleph de su infancia: a lo largo de 233 minutos, Novella descubrió que todo aquello que creía eterno había terminado para siempre; aquella película marcaba el fin de su infancia para arrojarla sobre la certeza del presente: el exilio, el futuro incierto, la muerte de muchos. Pero esa misma película que cerraba puertas, entregaba frases que eran el espejo de la lucha: “A Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre”, dice Scarlett O'Hara cuando su finca parece perdida para siempre: su silueta en negro sobre los cielos rojos y la música de Max Steiner prologan algo inédito (para mi madre, para mí): ¡un intervalo en el cine! Sobre aquella silueta de la enorme Vivien Leigh arrasada por el viento y el fuego de aquel atardecer, sobre los acordes gigantescos de Steiner y tras haber dicho aquella frase que sellará su destino para siempre, un enorme cartel: “Intervalo” aparecía en el cine y las luces se encendían para que nosotros –azorados– pudiéramos recuperarnos de aquella enorme montaña rusa emocional: Lo que el viento se llevó. Más tarde, cuando volvimos al pabellón oscuro, Scarlett será otra, ya no tendrá reparos en hacer lo que sea para conseguir lo que quiere: una sobreviviente, un monstruo gigantesco y caprichoso, enamorada de quien nunca supo verla, atada a Rhett Butler (la versión con pantalones de Scarlett) que es como un espejo y que como tal no le devuelve más que su imagen. Rhett, que sabe decirle a Scarlett: “No, no te voy a besar, aunque lo necesitás mucho. Ese es tu problema. Deberías ser besada más seguido, y por alguien que sepa cómo hacerlo”. La tragedia golpea una y otra vez en este ciclópeo melodrama: nada parece detener a Scarlett. Mi madre vio en aquel personaje una salida, un espacio para sostener el dolor, una manera de entender la guerra y el hambre. “Mañana será otro día”, dice Scarlett cuando todo parece haber terminado: y esta frase se convirtió en lema, mi madre aún hoy la sigue diciendo, sigue creyendo en ella. Yo sabía de la existencia de esta película desde muy chico y también sabía que la iba a poder ver cuando fuera grande. Y el día llegó: una copia restaurada se exhibió en el ya inexistente cine Metro (cuando era sólo una sala: antes del multicine, antes del teatro de suerte errante, antes del cierre, antes de que se transforme en un megarrestaurant de tango for export (eso escuché que será), yo ya cursaba el secundario o lo terminaba, y el impacto sigue hasta el día de hoy; nada, nunca, nadie, jamás hizo con mi emoción lo que hizo esta película: la historia de mi familia está encerrada ahí; yo nunca lloré tanto en el cine y nunca lloro tanto cada vez que –una vez al año– alquilo el DVD y estoy convencido de que seguiré llorando (gracias Nicolás: fue un maravilloso regalo de cumpleaños) frente a Lo que el viento se llevó. Este: mi fan emocionado. Un consejo: no dejen de verla una vez al año, sabrán que la vida es otra cosa, no importa qué, pero otra cosa.

Del dramaturgo Alejandro Tantanian se puede ver Y nada más, un retrato de la poeta rusa Marina Tsvietáieva (sábados a las 20.30 en el Espacio Callejón, Humahuaca 3759, 4862-1167).

Radar, 10 de julio de 2007.

3.7.07

Marina escribe sobre sus cartas y dice:

“Dentro de cincuenta años, cuando todo haya pasado, pasado del todo, cuando los cuerpos hayan quedado reducidos a polvo y la tinta haya palidecido, cuando el destinatario haya partido en busca del remitente, entonces...”

Julia escribe una reseña

La biografía de la poeta Marina Tsvietáieva es una historia de guerra, de vida atravesada y marcada por la guerra: vivió la Revolución Rusa y, por lo tanto, el hambre y el frío que vinieron con ella y se llevaron tempranamente a su hija menor. Luego, su marido fue enviado a luchar y fue fusilado, su familia perseguida, su otra hija recluida en un campo de concentración. Ella escapó con el único hijo que le quedó con vida y poco después se suicidó. Su vida podría ser material de una de las tantas películas que existen acerca de las penurias que sufre un sujeto durante una guerra: la persecución, el miedo, el hambre, la muerte, el dolor.

Y nada más encuentra otra manera de contarla: parte de la infancia. No sólo de la infancia de la poeta, sino de la infancia en general: el juego, los juguetes, las canciones La vida de Marina se introduce por medio de un relato infantil contado en la mesa a oyentes atentos, asombrados como chicos que escuchan un cuento mientras toman la leche. Sin embargo, el relato tiene un tinte oscuro: la historia es la misma que escribimos al comienzo: se oye el hambre de una familia mientras se come, la muerte entre juego y canto. La niña crece y la infancia deviene adultez, etapa en la que, en la vida de Marina, estalla la guerra. Allí comienzan a circular la correspondencia que configura el triángulo amoroso entre ella, Rilke y Pasternak, un triángulo de admiración, devoción, amor y dolor. Distintos fragmentos de las cartas circulan por las voces de los actores. En ningún momento se dice la palabra “Revolución”, ni la posición de Marina frente a esta que, por otra parte, nunca fue clara, ni puede deducirse en sus escritos: su lugar “fuera del presente” permite abordar su vida desde otro lado, y eso es lo que hace esta obra, tal como ella (podemos pensar) lo entendía: la Revolución la surca, la condiciona, es el presente inevitable, el rumor de fondo, pero ella es una poeta de la interioridad, la relación con su tiempo es paradójica, está allí al mismo tiempo que no está, su obra no puede entenderse sin la guerra pero tampoco explicarse por la guerra.

Y nada más es una obra hecha de fragmentos: de su correspondencia, su diario, sus poemas y de poemas y textos de otros; una mezcla entre el humor casi bizarro de dos playbacks en vivo, el llanto angustiado de la muerte, la narración infantil, el baile, el juego, la infancia, el amor; entre lo más íntimo de la vida de la poeta y lo más íntimo de la vida de los actores (que contestan preguntas privadas mirando al público y muestran sus propios juguetes intercalando anécdotas de su infancia). Esto le da su tono a la obra, que encuentra una forma nueva (más tolerable o más trágica, no me decido) de narrar la historia de una vida (de poeta) durante la guerra.